Al comienzo de su Historia de Etiopía, el jesuita Pedro Páez (1564-1622) afirma que no existe un consenso acerca de cuántos y cuáles son los reinos que componen esa región de África, tal es su munificencia y profusión. Aunque estas aseveraciones, sin duda, responden a la sobreabundancia de exageraciones propia de las crónicas del momento (de nuevo, la imaginación y la realidad en eterna lucha), nos da una idea aproximada del territorio en el que la presente publicación va a centrar sus esfuerzos. Sin embargo, Páez no será el primer intelectual que viaje por territorios africanos y nos deje sus impresiones humanísticas al respecto, como el libro que aquí se reseña ha puesto de manifiesto.
Hoy en día, que se tiende tanto a la diversificación de las disciplinas, no es extraño encontrar monografías u otras publicaciones, aparecidas en el ámbito de la Filología, que poco tienen que ver con la esencia del quehacer filológico. Por el contrario, el constante avance de áreas más o menos difusas como los Estudios Culturales no es ajeno a cualquier investigador mínimamente versado en las últimas publicaciones de la disciplina. Sin embargo, el libro de Daniele Arciello y Jesús Paniagua Pérez es uno de esos volúmenes que contribuyen a tener esperanza en el futuro de la Filología, pues las 422 páginas del libro son una oda a la labor filológica que durante siglos ha alumbrado a la Humanidad.
Como primera grandeza de este libro cabe citar que los autores arrojan luz sobre unas versiones relativamente desconocidas (depositadas en la Biblioteca Nacional de Portugal y en la British Library) de un texto conocido y publicado con anterioridad, el Itinerarium ad regiones sub aequinoctiali plaga constitutas. Por ende, el historiador y el filólogo tienen una nueva herramienta con que acometer la tarea de rastrear la labor humanística de Alessandro Geraldini (1455-1525). Asimismo, es destacable el hecho de que Arciello y Paniagua Pérez no se han constreñido a la labor editora de los textos (lo que también habría sido lícito), sino que han ido un paso más allá, creando una monografía en la que los textos (de Geraldini y de João Bermudes –fallecido en 1570–, otro viajero etiópico, incluidos respectivamente en los anexos IV y V) sirven de «excusa» y de hilo conductor para argumentar y sustentar una sólida labor investigadora. El único elemento que falta en la investigación que han llevado a cabo es un estudio centrado en la tradición manuscrita, pero esto ya se ha realizado en una edición anterior, de D’Angelo y Manfredonia, que contiene recensio, collatio y un relativo stemma codicum, por lo que no se ha considerado necesario reiterar aquello que ya se analizó de forma exhaustiva.
Prestando atención a la organización del volumen, es claramente apreciable cómo los autores viajan desde las consideraciones más generales, ofreciendo una semblanza del personaje, hasta las más particulares, adentrándose en los pormenores del texto con el que han trabajado. Arciello y Paniagua Pérez argumentan consistentemente este proceder afirmando que «ha sido frecuente en los últimos años que las biografías sobre este obispo se hayan convertido casi en hagiografías y laudationes, que poco contribuyen a la consideración del prelado». En consecuencia, era necesaria una nueva aproximación, libre de prejuicios y alharacas à la Las Casas.
De ahí se pasa a las consideraciones de la obra, con respecto a las cuales se comienza respondiendo a la muy sensata cuestión de «¿por qué?». ¿Qué llevó a Geraldini a embarcarse en la creación del Itinerarium? (63). Este recorrido, que se extiende por las secciones II, III y IV, es una de las partes más jugosas de la monografía (junto con los anexos), y supone una muestra de la intensiva labor llevada a cabo por los autores, recorriendo, física y literariamente, los recovecos que dieron lugar al texto, y estableciendo hipótesis para aquellas zonas que todavía permanecen en la sombra (69). No podemos obviar aquí la labor de Pompeo Mongallo da Leonessa, factor necesario para la gestación de los manuscritos.
Como los autores ponen de manifiesto a través de las mencionadas secciones del volumen, la vida y obra de Geraldini han de entenderse como basculantes entre tres ejes geográficos, Europa, África y América (viajando desde Cádiz hasta Senegal y las Antillas), y serán precisamente estos dos últimos continentes los que articulen las secciones III y V. Aunque América va a estar siempre en el pensamiento de Geraldini, a pesar de confundirla con una gran isla (como los autores afirman), será África la que cope los esfuerzos que darán lugar a los textos que aquí se presentan. A pesar de la identificación de Etiopía con las regiones equinocciales del oeste del continente (los actuales territorios de Senegal, Cabo Verde, Gambia, Guinea-Bissau, etc.), las descripciones ofrecidas (entre la imaginación y la realidad) son una fuente inagotable de información, no tanto del África del siglo XVI, sino de la visión que un humanista podía haber recibido de la misma. No en vano, las referencias a la Antigüedad clásica (y su pervivencia, aun tan lejos del Mediterráneo) van a ser una constante a lo largo de todo el trayecto. Por ello se torna tan necesaria la labor de Arciello y Paniagua Pérez, para poder discernir qué es factual y qué es ficcional, qué procede de la tradición y qué de la observación.
La segunda parte del libro está formada por una serie de valiosos anexos en los que Arciello y Paniagua Pérez, tras ofrecer su disertación, facilitan las pruebas que la hacen vera e ben trovata. Dentro de estos, se incluyen los textos originales italianos (de Geraldini y de Bermudes), así como sus traducciones al español, un nuevo hito en la oda filológica que supone el libro. Además, se incluyen los siempre tan necesarios criterios de edición y dos glosarios de carácter léxico, semántico y geográfico que ayudan a la comprensión total de los textos que se han anexado. Del mismo modo, su inclusión fomenta el aprendizaje de términos y lugares geográficos de diferentes épocas y países, de manera que el lector observador puede adquirir información tanto sobre España y sus posesiones ultramarinas como sobre Italia y el idioma italiano. Se completan estos anexos con un breve texto de Nicolaes Cleynaerts (1495-1542), que fue otra aportación de Pompeo Mongallo, aparentemente escrito tras haber residido en el norte de África y en el que, entre otras cosas, se narra el origen del Islam (387-390). Asimismo, los índices finales sirven de referencia para una consulta más ágil de los contenidos.
No podemos cerrar esta reseña sin hacer una brevísima mención a algunos errores (o confusiones estilísticas) que deslucen algunos pasajes, como la equivocación de algunas fechas (por ejemplo, 1616-1617 por 1516-1517, 36) o el formato de la transcripción de determinados pasajes en las versiones de los textos, que dejan al lector dudando de qué voz es la que conversa con él (328, 341, 345, 358, etc.). Sin embargo, estas salvedades (muchas de ellas inevitables en la labor investigadora y editora) no socavan la grandeza del libro en su conjunto, y el valor que puede (y va a) tener para futuras generaciones de investigadores.
En conclusión, como se ha puesto de manifiesto en los párrafos previos, el libro constituye un inigualable testimonio a la hora de comprender el humanismo cosmopolita de la primera mitad del siglo XVI. Daniele Arciello y Jesús Paniagua Pérez han compuesto una obra reflexiva y esclarecedora, que aúna lo clásico y lo moderno, via Geraldini. Así, el libro que aquí se reseña supone una excelsa contribución que no hace sino afianzar la labor llevada a cabo por estos investigadores en los últimos años, en el seno de la Universidad de León y de su Instituto Universitario de Investigación de Humanismo y Tradición Clásica (IUI IHTC), que ha incluido el volumen en su ya prestigiosa colección «Humanistas españoles», dirigida por Jesús María Nieto Ibáñez y el propio Jesús Paniagua Pérez.