OTRA VEZ
⌅En «Otra vez, con sentimiento» (1960), Luis Cernuda arremetía contra la «vaciedad académica» y el «rapto retórico» de un «profesor, y según pretenden él y otros […], / poeta» (1994, 511) en cuyos rasgos no cuesta adivinar a Dámaso Alonso: una expresión de inquina que arrancaba de 1933, cuando Alonso formó parte del jurado del Premio Nacional de Literatura que recayó en La destrucción o el amor (1933), y no en el cernudiano Donde habite el olvido (1933). Esa expresión contaba con el precedente de la «Carta abierta a Dámaso Alonso» (1948), publicada en Ínsula: allí Cernuda refutaba uno por uno los adjetivos –«joven entonces», «aislado en Sevilla», «maduro»– que Alonso le había dedicado en su artículo «Una generación poética (1920-1936)», aparecido en el número 35 de la revista Finisterre (1948). La contrarréplica no se hizo esperar: al recoger el artículo en Poetas españoles contemporáneos (1952) Alonso añadió una nota en la que declaraba que sus palabras estaban movidas «por el afecto» (1965, 157). Cernuda, por lo que se colige del poema de pocos años más tarde, no quedaba satisfecho.
Se trata de una línea muy presente en Desolación de la quimera (1962): un propósito apologético –visible también en «Díptico español» o «A sus paisanos»– que a menudo se expresaba en forma de diatriba–como en «Malentendu» o «Supervivencias tribales en el medio literario»– y que saldaba viejas cuentas, con frecuencia contra el propio Alonso, Salinas, Guillén y otros miembros de la generación1
En efecto, el poema es un largo apóstrofe, pero no a un Alonso a quien se refiere en tercera persona, sino a Lorca. «Ya no creí que más invocaría / de tu amistad la antigua memoria» (1994, 511), arranca. Y la circunstancia nos devuelve a la afición cernudiana a la diatriba: si en «Una generación poética (1920-1936)» Alonso recordaba a «Federico, mi príncipe muerto» (1965, 154), en su poema Cernuda rechaza con sarcasmo la expresión: «¿Príncipe tú de un sapo?» (2002aCernuda, Luis. 2002a. Poesía completa. 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 511), razona, en un uso malévolo del cuento de los hermanos Grimm. Hay que tener en cuenta aquí que en «Federico García Lorca y la expresión de lo español» (1944) Alonso había afirmado que «el color de lo nacional» impregnaba todos los escritos de Lorca, que su arte era «función hispánica en absoluto» y que en ellos se expresaba «el alma de España» (1965, 257-265): un eco de la exaltación nacionalista del primer franquismo y un intento de reintegración a la oficialidad literaria del poeta asesinado apenas ocho años atrás por el mismo bando del que había nacido el vigente régimen4
Hay que tener en cuenta que para cuando Cernuda escribió su poema existía ya un «mito Lorca» que explica la pugna entre las distintas versiones6
Al pasar de unos a otros la imagen de una persona puede deformarse hasta tal punto que apenas se le reconoce. Tantos han hablado de Federico García Lorca, insistiendo sobre una no muy exacta figura suya, que los amigos no le hallamos tras esa leyenda –es verdad que muchas veces los amigos de un hombre excepcional pretenden que éste no sea más que lo que ellos piensan […] A nadie he conocido que se hallara tan lejos de ser una imagen convencional como Federico García Lorca. Ni siquiera podíamos pensar que un día lo fijase la muerte en un gesto definitivo
(2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 151-152).
Lo interesante del caso es que Cernuda había participado en la elaboración de ese «mito», pues su artículo de 1931 empieza: «Un día, allá en la vega de Granada, nació un niño a cuyo alumbramiento asistieron todas las hadas […] Así, poco más o menos, se expresarán los colegiales dentro de un siglo» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 40). El Lorca de Cernuda era desde un principio un ser legendario. Es más, en «Federico García Lorca: Romancero gitano», escrito en 1937 para Hora de España, no dudaba Cernuda en hablar «de Federico, de la persona que tan cerca y tan ligada estuvo conmigo» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 130). En definitiva, el propio Cernuda incurría en el fenómeno de la mitomanía y la apropiación y apuntalaba la legitimidad de su discurso sobre la relación personal. El título de su poema de 1960 se explica así: Cernuda volvía otra vez sobre Lorca porque ya había hablado de él «una vez», esto es, porque le había dedicado un largo poema, «A un poeta muerto (F. G. L.)», en el que proponía su propia versión. Al cabo, los mitos sufren de horror vacui y el único modo de derribar uno sería proponer otro. La razón de su arremetida, por consiguiente, más allá de las cuestiones personales se hallaba en la disputa en torno a la figura del poeta ideal que Lorca parecía representar.
EL CONTRARRETRATO
⌅«A un poeta muerto» (F. G. L.)» es un poema elegíaco fechado en abril de 1937 e incluido en Las nubes (1940). Consta de noventa y ocho versos blancos –alternan heptasílabos, eneasílabos, endecasílabos y unos pocos alejandrinos– divididos en estrofas de entre ocho y diez versos. Cernuda se remonta hacia la caracterización del poeta y su conflicto con la sociedad en que vive, hasta presentar la muerte como triunfo postrero y desear paz y una forma de trascendencia al difunto. Si se compara esta pieza con las que componen el Homenaje al poeta Federico García Lorca editado por Emilio Prados al año siguiente –y del que Cernuda (2003Cernuda, Luis. 2003. Epistolario 1924-1963. Editado por JamesValender. Madrid: Residencia de Estudiantes., 247) acusaba recibo en carta a Martínez Nadal de agosto de 1938– se comprueba lo peculiar del discurso cernudiano: «A un poeta muerto (F. G. L.)», sumamente parco, casi elusivo en los detalles «cronísticos» (apenas hay una referencia a «la luz tranquila de Granada» (2002aCernuda, Luis. 2002a. Poesía completa. 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 256)), obvia la anécdota de la denuncia (el propio título descarta la palabra «asesinado» y opta por el menos dramático «muerto») y elude toda narratividad. Nada que ver, por ejemplo, con «El crimen fue en Granada», donde Machado se mostraba mucho más explícito en el título y recogía los pormenores previsibles del pelotón de fusilamiento y la ejecución.
Cernuda elabora más bien un argumento y compone algunos rasgos con los que bosqueja un retrato de Lorca. De hecho, puede decirse que lo primero que hay en nuestro poema, si se lee entre líneas, es un «contrarretrato», esto es, el descarte de algunos rasgos frecuentes en la evocación del poeta granadino. El primero es el de la popularidad y se trata de una característica innegable, en las dos acepciones del adjetivo «popular»: no solo son célebres los éxitos de Mariana Pineda, Yerma y Bodas de sangre, o los episodios en que los camareros recitaban al poeta «La casada infiel», sino que el propio Lorca había elogiado «lo más hondo del sentimiento popular» (Gibson 1985Gibson, Ian. 1985. De Fuente Vaqueros a Nueva York (1898-1929). 2.ª ed. Barcelona: Grijalbo., 299), participado en la organización del concurso del cante jondo de 1921 y otras iniciativas, declarado en una entrevista de 1933 que su obra era «popular, siempre popular» (Inglada 2017Inglada, Rafael, ed. 2017. Palabra de Lorca. Barcelona: Malpaso., 135) y obtenido de estas expresiones populares la forma exterior de sus romances, coplas y canciones. De hecho, varias de las contribuciones del Homenaje de 1938 vuelven sobre este aspecto de la personalidad y la obra lorquianas: Bergamín afirma que «es el pueblo, del que fuiste voz viva, quien te hará justicia» (1937Bergamín, José. 1937. «¿Su muerte?». Homenaje al poeta Federico García Lorca. Valencia: ediciones Españolas. 25-26., 26), Neruda escribe que a Lorca «le esperaba la muerte que reservaban a Alberti los enemigos del pueblo» (1938, 47), Arturo Serrano Plaja sostiene que en el poeta «han asesinado al pueblo español» (1938, 55), Pedro Garfias afirma que Lorca era «el poeta del pueblo» (1938, 59), Dámaso Alonso sostiene que Lorca no «vuelve los ojos a lo popular», sino que «se mete en la entraña de lo popular»(1937Alonso, Dámaso. 1937 «Federico García Lorca y la expresión de lo español». Homenaje al poeta Federico García Lorca. Valencia: ediciones Españolas. 11-20., 13), etc. Y otros testimonios coincidían, singularmente los de los amigos y «poetas profesores», pues en «Homenaje a García Lorca» Salinas afirma que «no hay dudas» sobre la condición de «poeta popular» de Lorca, porque logró «transformar los mitos del pueblo» y «adivinarlo» (Salinas 1983bSalinas, Pedro. 1983b. «Homenaje a García Lorca». En Ensayos completos III, 288-293. Madrid: Taurus., 288) correcto; en Federico en persona Guillén califica directa y rotundamente a Lorca como «popular» (1959Guillén, Jorge. 1959. Federico en persona. Buenos Aires: Emecé., 47), etc.
Cernuda, que no había ocultado su escaso aprecio por el montaje de Bodas de sangre y otras manifestaciones de la veta lorquiana más neopopularista, dejó algunas pistas de cuál era el Lorca que más apreciaba, y el resultado es un afán por desmarcarse de esta unanimidad tan abrumadora. «Frente a la creencia de que Lorca es un poeta “popular”», escribiría en Estudios (2002bCernuda, Luis. 2002b. Prosa I, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 212), «me parece que en su obra hay también bastantes motivos para considerarle poeta hermético». Junto con el Lorca de los romances y las coplas existía el de las odas a Dalí y al Santísimo Sacramento, el de Poeta en Nueva York, el de los Sonetos del amor oscuro: un Lorca cosmopolita, incluso vanguardista, y un Lorca culto e íntimo. Solo que ese Lorca había quedado mayormente inédito en vida y oscurecido por su propia fama8
Tres referencias convergen aquí. La primera la había adelantado malgré lui Dámaso Alonso al revisar las ideas de Menéndez Pidal –los «caracteres primordiales de la literatura española»– en su artículo de Cruz y Raya «Escila y Caribdis de la literatura española» (1933Alonso, Dámaso. 1933. «Escila y Caribdis de la literatura española». Cruz y Raya 7: 76-102.): junto con el innegable elemento popular vindicado por el maestro, habría existido siempre una corriente menos visible, de signo aristocrático y culto9
¿Cómo se pone de manifiesto esta opción por un Lorca culto en «A un poeta muerto (F. G. L.)»? En primer lugar, en la forma misma, en el poema en cuanto poema: en lugar de la llaneza en la dicción y la rima asonante del homenaje de Machado, o del romance de Prados, con su neopopularismo adaptado a la urgencia propagandística (que es preciso leer dentro del marco general de sus romances de guerra, como «Ciudad sitiada», «Tengo un hermano en el frente», etc.), Cernuda opta por una medida fluctuante, pero siempre dentro de la métrica italiana, y no castellana, y por una dicción suntuosa y un tono noble, con elementos de intertextualidad culta (tanto bíblicos como helénicos). La reduplicación adjetiva («un inmenso afán oculto»), el epíteto («ignoto aguijón», «exquisita forma», «alto pensamiento») y el fraseado amplio, donde a menudo coinciden la unidad sintáctica y la estrófica, son inequívocos, como lo son el tono noble, incluso grandilocuente en ocasiones, y la presentación de Lorca como personaje trágico. Es decir, que el poema en su conjunto constituye un signo y nos remite a la atmósfera del alto romanticismo europeo que predominaba en el anterior libro del autor, Invocaciones (1935), simplemente la ocasión y la relación personal con Lorca atenúan las cualidades más grandilocuentes o declamatorias que asomaban allí bajo el magisterio de Hölderlin. Al cabo, si bien «con menos vigor», la cosmovisión hölderliniana «está aún presente en Las nubes», afirma Javier Adrada (2021Adrada de la Torre, Javier. 2021. Luis Cernuda y Friedrich Hölderlin: traducción, poesía y representación. Granada: Comares., 104)11
El segundo rasgo del contrarretrato es la «españolidad» de Lorca. Dámaso insistiría hasta la extenuación, y con el tiempo Guillén afirmaría que la lorquiana era una poesía «tan española como el carácter de su autor» (1959Guillén, Jorge. 1959. Federico en persona. Buenos Aires: Emecé., 63). Lo cierto es que resultaba fácil proyectar sobre la figura de Lorca cierta autoconciencia de perfiles esencialistas, que incluye una iconografía muy reconocible y un trasfondo trágico, los cuales componen una lectura «romántica» de lo español cuya encarnación perfecta estaría en Lope. Y Cernuda reconocía este modelo, pues a la hora de definir el temperamento nacional habla de «la tristeza fundamental del español, pueblo triste si los hay» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 153), del unamuniano «sentimiento trágico de la vida» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 153), como si la trilogía dramática de Lorca o algunos de sus romances resumiesen este espíritu fatalista. Es más, Cernuda admitía sin ambages la «españolidad» rotunda de Lorca, su correspondencia con este modelo. «Era español hasta la exageración», afirma en su «Recuerdo» de 1938. Solo que a sus ojos tal cosa no constituye exactamente una virtud:
No cabe duda de que Lorca conocía a su tierra y a su gente […] Por eso es lástima que a ese conocimiento no lo acompañase alguna desconfianza ante ciertos gustos y preferencias del carácter nacional. Es verdad que los defectos de Lorca son los mismos que los de su tierra, y acaso le era doblemente difícil prevenirse contra ellos
(2002bCernuda, Luis. 2002b. Prosa I, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 211)
En suma, puede decirse que Cernuda arrebata provisionalmente a Lorca la condición de «poeta nacional» para elaborar su propia imagen, a fuerza de avisar que su obra contiene dimensiones que no cabe encerrar en la categoría. Hacer lo contrario equivaldría a ese procedimiento que se limita a confirmar una expectativa nacida del prejuicio, como el turista que halla en su viaje un mero refrendo de su guía. Por eso duda Cernuda que la obra de Lorca pueda ser entendida en Inglaterra, pese a «una visión pintoresca que halaga y parece confirmar la creencia que aquí se tiene de España» y que ha resultado divulgada mientras al mismo tiempo se deja desapercibido «lo más recóndito y valioso de dicha obra» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 794). De nuevo, existía un Lorca escondido, un Lorca más allá de la imagen fija del mito13
Hay en «A un poeta muerto (F. G. L.)» huellas de esta pregunta por lo español. O quizá hay en apariencia una clamorosa ausencia de huellas, y creo que la cuestión adquiere un sentido muy preciso cuando se repara en el momento en que se escribió. Para empezar, conviene recordar que Las nubes, o al menos sus primeros poemas, inicialmente se iba a titular «Elegías españolas», expresión que Cernuda decidió eliminar en el título definitivo del libro. «A un poeta muerto (F. G. L.)» no es, pues, si lo tomamos literalmente, un tributo a un poeta español, como resultaría más previsible. Basta con leer los primeros versos para confirmarlo: «Así como nunca vemos / La clara flor abrirse, / Entre un pueblo hosco y duro / No brilla hermosamente / El fresco y alto ornato de la vida. / Por eso te mataron, porque eras / Verdor en nuestra tierra árida / Y azul en nuestro oscuro aire» (2002aCernuda, Luis. 2002a. Poesía completa. 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 254). El punto de partida establece una dualidad en términos de exclusión mutua, y toda la «españolidad» cae del lado de los asesinos, arrastrados por lo puramente negativo en una imagen de infecundidad: «pueblo hosco y duro», «tierra árida», «oscuro aire», etc. Si el poeta encarna los elementos opuestos a esa negatividad –la fertilidad de «la clara flor», «el fresco y alto ornato de la vida», el «verdor»– entonces cabe decir que es precisamente porque representa lo otro que lo español. Es más, la segunda estrofa insiste sobre este fatalismo atávico mediante el recurso a un esquema mítico muy asentado en la cultura literaria española del momento en que nacía la generación de Cernuda: el cainismo. Eso sería España en aquella lectura, «un trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín», en el célebre verso de Machado (1984Machado, Antonio. 1984. Poesías completas. Madrid: Espasa-Calpe., 140). Y ese sería, en consecuencia, el mito nacional que explicaría más allá de su anécdota la muerte trágica de Lorca:
(2002aCernuda, Luis. 2002a. Poesía completa. 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 254).
En suma, la elegía de Cernuda no afirma que a Lorca lo matasen «los fascistas», sino «los españoles». Es más, lo mataron «por españoles», en lo que elevaría el mito cainita a la clave central para leer la guerra civil14
Conviene recordar aquí el tema de las dos Españas, ya presente en Larra y más tarde en Blasco Ibáñez y en el joven Maeztu, que conforme avanzaba el siglo adquiría un sesgo más dramático: la España republicana y la monárquica, la comunista y la fascista, la roja y la azul, hasta desembocar en el conocido poema de Antonio Machado: «Españolito que naces / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón» (1984Machado, Antonio. 1984. Poesías completas. Madrid: Espasa-Calpe., 229). Y este dualismo se tradujo durante el conflicto en una estrategia retórica de apropiación y exclusión. Por supuesto, es fácil recordarlo en lo referente al franquismo. «La mayor y más decisiva originalidad del discurso de la guerra elaborado por el bando insurgente» —ha afirmado a este respecto Santos Juliá (2004Juliá, Santos. 2004. Historia de las dos Españas. Madrid: Taurus., 288)— «consistió en partir de esa retórica de las dos Españas para construir sobre sus cenizas el mito de la única España verdadera». El propio Lorca había advertido en una entrevista del 10 de junio de 1936 cómo la exaltación nacionalista podía conducir a una retórica que bajo la afirmación nacional escondía una peligrosa negatividad:
Odio al español que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos […] Canto a España y la siento hasta la médula; pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos
(Inglada 2017Inglada, Rafael, ed. 2017. Palabra de Lorca. Barcelona: Malpaso., 468)
La cuestión es que si se observa someramente el lenguaje de la propaganda republicana se comprueba que el mismo fenómeno tenía lugar allí: cuando, por ejemplo, Miró diseña por encargo de Christian Zervos un cartel para la Exposición Internacional de 1937, no lo titula Aidez la République Espagnole, sino Aidez l’Espagne: el espectador podría perfectamente pensar que la guerra no enfrenta a media España con la otra media, sino que el país es objeto de la agresión de una potencia extranjera; y cuando Pablo Neruda y Nancy Cunard preparan una antología para apoyar a la República no la titulan Los poetas del mundo defienden a la república española, sino Los poetas del mundo defienden al pueblo español (1937), en la misma lógica. El fenómeno triunfaría en la Inglaterra a la que llegaba Cernuda en 1938: Auden titula su pieza de propaganda al servicio de la República «Spain», y no «The Spanish Republic», y lo mismo puede decirse de Poems for Spain (1939), la antología que editan Spender y Lehman. El lenguaje era también cainita, e incurría en la muy española costumbre de negar la condición de español al otro.
No cuesta demasiado leer en esta lógica la idea cernudiana del «enemigo interior», la «obsesión secular» de que «dentro del territorio nacional hay enemigos a los que deben exterminar o echar» (2002bCernuda, Luis. 2002b. Prosa I, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 643), que ejemplificarían históricamente la expulsión de los judíos y la de los moriscos. El propio Cernuda la había conocido en el verano de 1937, cuando –como ha recordado Jordi Amat (2002Amat, Jordi. 2002. Luis Cernuda: fuerza de soledad. Madrid: Espasa., 155)– vio cómo su amiga Rosa Chacel era tachada en Hora de España, revista con la que colaboraba, de «antirrevolucionaria»; o cuando en ese mismo año Álvaro de Albornoz, para quien trabajaba como secretario en París, padeció la acusación de «espionaje». Y durante todos esos meses, según recordaría en «Historial de un libro», «la muerte trágica de Lorca no se apartaba de mi mente» (2002bCernuda, Luis. 2002b. Prosa I, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 643). La elegía a Lorca supone, pues, toda una interpretación de la realidad española bajo el signo de una guerra fratricida que exacerbaba esa histeria cainita. Eso es lo que de hecho considera Cernuda que ha revelado la muerte a Lorca, al Lorca postrero: «la realidad más honda de este mundo: / el odio, el triste odio entre los hombres, / que en ti señalar quiso / por el acero horrible su victoria» (2002aCernuda, Luis. 2002a. Poesía completa. 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 256). En suma, con su poema Cernuda rechaza el dualismo de la propaganda y establece un monismo lúgubre en lo que respecta a España y lo español. Es más, cabe decir que, contra aquella estrategia dualista, en lugar de separar dos bandos Cernuda separa al poeta y al conjunto de la nación, en una lógica completamente ajena al lenguaje propagandístico. No extraña que su poema quedase excluido del volumen editado por Prados.
EL RETRATO
⌅Contra esos rasgos negados o atenuados en la persona y la obra de Lorca, existen otros dos que se afirman en «A un poeta muerto (F. G. L.)». El primero es la condición de andaluz. Se trataba de un elemento insoslayable: la imagen más divulgada de Lorca insistía en el imaginario de gitanos, guardias civiles y reyertas, en el arte del cante jondo y en una geografía que incluye a la Granada de la «Baladilla de los tres ríos», el Jerez de «Romance de la Guardia Civil española», la Córdoba de la «Canción del jinete», etc. Ahora bien, el propio Lorca había intentado alejarse de la exclusividad de esta imagen durante sus últimos años. Era una de las razones por las que se había distanciado de Buñuel y Dalí (de hecho, el pintor le había expresado por carta su escaso aprecio por Romancero gitano)16
La solución a la que llega Cernuda para rescatar el andalucismo lorquiano del peligro que señalaba Alberti camina de la mano de la dualidad que ya ha aparecido en los dos rasgos anteriores, al señalar por ejemplo que los romances lorquianos «son y no son narrativos» y que su expresión «es y no es culterana y es y no es folklórica» (2002bCernuda, Luis. 2002b. Prosa I, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 210): esa insistencia en que había «otro» Lorca. Vienen aquí al caso dos poemas. Uno es «Palabra amada», una breve pieza de Con las horas contadas (1956) en la que Cernuda se pregunta en el primer verso: «¿Qué palabra es la que más te gusta?», para responderse en el último: «Esa palabra es: andaluz» (2002aCernuda, Luis. 2002a. Poesía completa. 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 453-454). No cabían dudas, pues: el rechazo cernudiano de ese andalucismo kitsch no quitaba el amor por su tierra natal. El segundo es «El andaluz», de Como quien espera el alba (1944), que esboza una definición bajo el signo de la ambivalencia: «Sombra hecha de luz, / Que temblando repele, / Es fuego con nieve / El andaluz. / Enigma al trasluz, / Pues va entre gente solo, / Es amor con odio / El andaluz» (2002aCernuda, Luis. 2002a. Poesía completa. 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 339). Jovialidad, gracia y comunión con los otros, pero también reticencia, un fondo oscuro y reserva de lo íntimo. El andaluz, a los ojos de Cernuda, en lugar de la imagen única y predecible constituiría un auténtico oxímoron, el escenario donde se dan la mano términos antitéticos. Y Lorca encarnaba inmejorablemente esa ambivalencia: no solo había escrito del cantaor Juan Breva que era «la misma / pena cantando / detrás de una sonrisa» (1986García Lorca. 1986. Romancero gitano / Poema del cante jondo. 4.ª ed. Madrid: Espasa-Calpe., 155), sino que vivía personalmente esa dualidad: ya Ángel del Río habló de «la cara profunda de su carácter», en la que había «una veladura de tristeza sin fondo» (cit. Gibson 1987Gibson, Ian. 1987. De Nueva York a Fuente Grande (1929-1936). 2.ª ed. Barcelona: Grijalbo., 47). Es más, en una entrevista de 1933 para la revista Crítica de Buenos Aires afirmaba Lorca que «los hombres […] tienen una vida especial que usan como tarjeta de visita. Es la vida que se les conoce públicamente y que ellos mismos presentan […] Pero esa mayoría tiene también la otra vida, una vida gris, agazapada, torturante, diabólica, que trata de ocultar» (Inglada 2017Inglada, Rafael, ed. 2017. Palabra de Lorca. Barcelona: Malpaso., 298). Una reedición personal de la dualidad proustiana entre el yo público y el privado17
La cuestión es que, contra un Guillén (1959Guillén, Jorge. 1959. Federico en persona. Buenos Aires: Emecé., 14) que insistía en la imagen única de la «simpatía» y la «gracia» de Lorca, esa dualidad entre el rostro íntimo y la máscara social aparece en las evocaciones cernudianas de Lorca desde un principio: ya al conocerlo en Sevilla durante los actos del Ateneo de 1927 distingue Cernuda «al verdadero Federico García Lorca, elemental y apasionado» bajo «aquella presentación un poco teatral» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 149) en la que el poeta granadino adoptaba un tono frívolo; de hecho, esta dualidad era a juicio de Cernuda la clave fundamental de la poesía lorquiana, una clave ignorada por quienes se aferraban a la estampa más superficial: «El público no sabía que Federico García Lorca, aunque pareciera destinado a la alegría por su nacimiento, conociese tan bien el dolor. Pena y placer estaban desde tan lejos y tan sutilmente entretejidos en su alma que no era fácil distinguirlos a primera vista […] Ésa es una de las raíces más hondas de su poesía» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 153). Incluso, si en la dualidad interior-exterior yacía un eco de Proust, las lecturas francesas de Cernuda durante los años veinte y su lectorado en Toulouse permiten adivinar el argumento de Huysmans contra el imperio omnímodo del milieu que establecía el positivismo de Taine y Sainte-Beuve. Cernuda lo esgrime ante quienes pretenden leer en los poetas andaluces de su generación un mero producto de la tierra natal y lo hace precisamente en su ensayo de 1931 sobre Lorca: «En ciertas personas», escribe, «tiene más importancia lo que aporta su espíritu aislado y no lo que su medio les da […] Lo que no se distingue ya, al hablar de lo andaluz, es ese otro impulso casi extinguido, ardiente, reconcentrado» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 42). Una vez más, Lorca era lo otro, lo casi desapercibido.
En «A un poeta muerto (F. G. L.)» esta solución constituye un auténtico acto de incorporación o apropiación, en dos pasos. El primero es la insistencia en un elemento de ese andalucismo que Cernuda recoge sin ambages y que permanecerá constante en sus ensayos, a saber, la sensualidad de Lorca, su «complacencia sensual en las hermosas cosas del mundo» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 149), gracias a la cual «sus palabras se ven, se tocan, se saborean y aspiran, exactamente igual que un color, una forma, una pulpa o un aroma» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 41) y que en los Estudios se le antoja a Cernuda «consecuencia de un impulso sexual sublimado» (2002bCernuda, Luis. 2002b. Prosa I, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 209). Y ese instinto de comunión con el mundo formaba parte de un argumentario andalucista, por contraposición al ascetismo y la severidad castellanistas que habían abundado en la generación del 98 y su espiritualización del paisaje de la meseta (Cernuda, de hecho, en dos prosas distintas arremete contra la preferencia de Unamuno por los pueblos castellanos y defiende la belleza de los andaluces). Se trataba –como ha expuesto Luis García Montero (2002García Montero, Luis. 2002. «Luis Cernuda y Andalucía». En Luis Cernuda, 1902-1963, 84-108. Málaga: Centro Andaluz de las Letras., 91)– de una empresa iniciada por Juan Ramón Jiménez que el propio Lorca había secundado con deliberación: si en su primer libro, Impresiones y paisajes (1918), nacido de las excursiones con el profesor Domínguez Berrueta, incurría el poeta en una visión entre azoriniana y becqueriana, en una carta de julio de 1922 declaraba en cambio que iba a viajar por los «pueblos maravillosos» de Andalucía y escribir «una obra popular y andalucísima», para terminar con un «¡Basta ya de Castilla!» (Fernández Almagro y García Lorca 2006Fernández Almagro, Melchor y FedericoGarcía Lorca. 2006. Crónica de una amistad: epistolario de Federico García Lorca y Melchor Fernández Almagro (1919-34), editado por RafaelLozano. Granada: Fundación Federico García Lorca., 55).
El segundo paso es la transfiguración de esa Andalucía mediante el recurso a modelos foráneos, desde una óptica romántica que salvaguarda esa sensualidad para configurar un paisaje de resonancias neopaganas pero deja caer cualquier nota de costumbrismo o de casticismo. Es uno de los empeños más visibles del año anterior a la muerte de Lorca: en «sobre la Andalucía romántica» (1935) Cernuda acomete la empresa en compañía de Shelley, Keats, Byron, Victor Hugo, Merimée, Baudelaire, Edgar Quinet, Chateaubriand y Gautier, y no de Bécquer, Rivas, Rueda o la literatura oral local, etc., en una auténtica «invención» de Andalucía, de una Andalucía personal, paradisíaca («un edén», escribe en el primer párrafo) y pasatista (pues la presente está «corrompida», declara en el segundo); en Invocaciones, sobre todo en «A un muchacho andaluz» y «El joven marino», el deseo amoroso encontraba su escenografía en esa imagen meridional, en la «colina ocre» y los «pinos antiguos de perenne alegría», junto al «mar cercano», que casi permiten precisar la costa malagueña en la que Cernuda fue tan feliz en 1928, dilapidando la herencia recibida a la muerte de su madre en una existencia –como testimonian las fotografías– entregada a la dulce indolencia que luego evocaría en estos poemas; por último, también en 1935 elevaba Cernuda una defensa de aquel paganismo literario en su ensayo «Hölderlin», donde el poeta alemán sería «eco vivo de las fuerzas paganas hoy hundidas» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 104) y permitiría a Cernuda ensayar una alternativa religiosa al cristianismo. Y, a grandes rasgos, encontramos todos estos elementos en «A un poeta muerto (F. G. L.)»: la sensualidad insinuada del «verdor» y la «flor» iniciales, los «pájaros y hojas / con tu gracia y tu juventud incomparables», el paisaje «entre cipreses y laureles» y, sobre todo, el locus amoenus que se sugiere en la penúltima estrofa, los «otros valles, / un río donde el viento / se lleve los sonidos entre juncos / y lirios y el encanto / tan viejo de las aguas elocuentes» (1994, 257): un pasaje, como señaló Miguel García Posada (1984García Posada, Miguel. 1984. «Cernuda y Garcilaso: ecos garcilasianos en la elegía “A un poeta muerto (F. G. L.)”». Ínsula 455: 1 y 3., 1) que delata un eco de la Égloga I de Garcilaso, según reconoció el propio Cernuda en carta a Philip Silver de febrero de 1961 (Silver 1995Silver, Philip. 1995. Luis Cernuda: el poeta en su leyenda. Madrid: Castalia, 279).
El segundo rasgo positivo del retrato es la homosexualidad de Lorca, que aparece en la última estrofa –«halle tu gran afán enajenado / el puro amor de un dios adolescente / entre el verdor de las rosas eternas», le desea allí Cernuda al difunto–pero, sobre todo, en la sexta: «Aquí la primavera luce ahora. / Mira los radiantes mancebos / que vivo tanto amaste / efímeros pasar junto al fulgor del mar. / Desnudos cuerpos bellos que se llevan / tras de sí los deseos / con su exquisita forma, y sólo encierran / amargo zumo, que no alberga su espíritu / un destello de amor ni de alto pensamiento» (2002aCernuda, Luis. 2002a. Poesía completa. 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 255-256). Hay una tensión entre ambos momentos. Por un lado, un Cernuda lastrado por sus desengaños amorosos establece un contraste entre el interior y el exterior, entre la forma visible y hermosa de esos jóvenes y su interior pobre y mezquino. Y la imagen del zumo redondea el sentido: igual que un fruto de piel tersa y brillante, pero pulpa ya mustia, esos mancebos solo contienen un corazón desagradable. Lo cual significa, entre otras cosas, que esos jóvenes son incapaces de reconocer al «hombre interior» del que ya se ha hablado aquí: el «destello de amor» y el «alto pensamiento» quedan encerrados en el alma de ese hombre, no hallan modo de expresarse y por tanto permanecen desapercibidos para el mundo. De nuevo, junto con el lenguaje de lo exterior, lo social y lo público, existe otro de lo íntimo, lo privado y recóndito, donde yace lo más valioso. Por el otro lado, el poeta desea a Lorca que más allá de la muerte halle su «gran afán enajenado» el consuelo y la compañía de «un dios adolescente», en suma, el encuentro definitivo con el efebo. Con un efebo, sin embargo, que no haya destilado aún ese zumo amargo, que no haya sido corrompido o maleado por la vida y su juego de apariencias y fingimientos, de ahí que albergue aún un «puro amor». Es decir, que solo ahí, tras las fronteras de la muerte, cesaría esa oposición, ese antagonismo entre lo manifiesto y lo oculto, entre las expresiones hostiles del mundo aparencial y el ámbito de lo íntimo. El locus amoenus del último tramo del poema, de acuerdo con el andalucismo personal y paganizante de Cernuda, compone así la escenografía perfecta para el deseo antes no expresado, oculto o reprimido, y en tal cosa hallaría el poeta la consumación de su amor.
Por supuesto, afirmar a las claras la homosexualidad de Lorca tenía sus problemas en 1937. Cabe resumir a este respecto que en la trayectoria de Lorca se distingue un punto de inflexión, su estancia en Nueva York, y que, durante esos meses, y tras la decepción por su amistad con Dalí, el poeta parece haber reflexionado sobre su sexualidad y haber llegado a algunas resoluciones. El rastro que esa crisis dejó en su poesía neoyorquina puede reconocerse, por ejemplo, en «Pequeño poema infinito», donde se lee que «equivocar el camino / es llegar a la mujer, / la mujer que mata dos gallos en un segundo» (García Lorca 1981García Lorca, Federico. 1981. Obras II, editado por MiguelGarcía Posada. Madrid: Akal., 317); también en la «Oda a Walt Whitman», donde un misreading no tan inverosímil podría hacernos creer que Lorca se rebela contra su propia homosexualidad –pues levanta su voz «contra vosotros, maricas de las ciudades / de carne tumefacta y pensamiento inmundo, / madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño / del Amor que reparte coronas de alegría, / contra vosotros siempre, que dais a los muchachos / gotas de sucia muerte con amargo veneno» (1981García Lorca, Federico. 1981. Obras II, editado por MiguelGarcía Posada. Madrid: Akal., 647)– cuando en realidad arremete contra la clandestinidad que conduce al vicio de la pederastia, al tráfico de la carne y la corrupción del deseo, los cuales contrastan con la homosexualidad asumida y abierta de Whitman. Es decir, que en la oda lorquiana el mal yace precisamente en el ocultamiento y la represión que quedan abolidos en la elegía de Cernuda: la coincidencia entre el «amargo zumo» cernudiano y el «amargo veneno»de Lorca es aquí significativa18
Conviene, sin embargo, recordar que Poeta en Nueva York permaneció inédito en vida del autor, que el manuscrito fue custodiado por Bergamín y que solo verá la luz cuando este recale en México y, bajo el auspicio de la Junta de Cultura, funde la revista España peregrina; entretanto, «Oda a Walt Whitman» únicamente había circulado en 1933 en una edición de cincuenta ejemplares de Ediciones Alcancía en México (donde, por otra parte, un León Felipe que había coincidido con Lorca en Nueva York publicaría su traducción de Song to Myself en 1941 y un Juan Larrea director de España peregrina sería de los primeros en relacionar la sexualidad lorquiana con su obra, en especial con la escrita en la Gran Manzana). Y otras piezas, como el drama El público, que trata también el «amor que no puede decir su nombre», permanecerían sin estrenarse hasta décadas más tarde. Esa reticencia editorial cuadra con la actitud con la que Ian Gibson resume la resolución lorquiana sobre su homosexualidad, a su regreso a España en 1930: una aceptación cabal y una confidencia con «sus amigos de verdad» (1987Gibson, Ian. 1987. De Nueva York a Fuente Grande (1929-1936). 2.ª ed. Barcelona: Grijalbo., 324), pero una «notable reserva» (1987Gibson, Ian. 1987. De Nueva York a Fuente Grande (1929-1936). 2.ª ed. Barcelona: Grijalbo., 252) ante los círculos más amplios y la vida social en general (inclusive muchos miembros de La Barraca, por ejemplo). Los encuentros amorosos en Cuba, las relaciones con Aladrén y Rodríguez Rapún, no eran un secreto entre los íntimos y de hecho Lorca tuvo que enfrentarse en sus últimos años a algunos insultos o faltas de delicadeza19
De ahí que el poema de Cernuda quedase censurado en su primera edición, en junio de 1937 en Hora de España. «Por desearlo así el autor», avisaba una nota adjunta al texto, «la versión aquí publicada del anterior poema es incompleta. Si algún día se reunieran en volumen las Elegías españolas, entre las cuales figura, allí se restablecería el texto original» (Cernuda 2002, 793). Por supuesto, la voluntariedad del poeta se antoja irónica, aunque en carta a Edward Sarmiento de septiembre de 1938 –es decir, aún durante la guerra, que todo lo condicionaba, inclusive la necesidad de cerrar filas y soslayar las grietas de la disidencia– Cernuda comentaba las traducciones de algunos de sus poemas y en lo referente a «A un poeta muerto (F. G. L.)» señalaba que «la estrofa que yo omití no me parece necesario seguir omitiéndola ahora» (Cernuda 2003Cernuda, Luis. 2003. Epistolario 1924-1963. Editado por JamesValender. Madrid: Residencia de Estudiantes., 253). Una voluntariedad equívoca, por no decir dudosa. De hecho, sabemos a través de Octavio Paz, entonces en Valencia por el Congreso de Intelectuales Antifascistas y más tarde amigo literario de Cernuda y editor de su pieza dramática La familia interrumpida, que el poema fue censurado por el Ministerio de Instrucción Pública, y en particular por Wenceslao Roces (por otra parte, su leso patriotismo, la ya comentada crítica sumaria a «España», no casaba con la ortodoxia propagandística republicana)21
UN ESPEJO
⌅Indagar en este propósito nos obliga a reparar tanto en la compleja personalidad de Cernuda como en las circunstancias en que se escribió y publicó el poema. Por un lado, Lorca había adelantado a Cernuda en muchos terrenos (el culto a Verlaine, el éxito literario masivo y el reconocimiento de sus compañeros de generación, por supuesto, aunque también episodios más anecdóticos como los viajes a Oxford y Estados Unidos, la visita a Madariaga y la crítica a la civilización protestante-capitalista) pero había un punto en el que Cernuda llevaba la delantera, a saber, la asunción y la manifestación de su homosexualidad, ya enunciada en Los placeres prohibidos (1931) e Invocaciones (1935), aspecto al que el propio Cernuda alude en su «Recuerdo» de 1938 cuando observa que en su primer encuentro con el poeta granadino «algo que yo apenas conocía o no quería reconocer comenzó a unirnos» (2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 149): desde un principio la figura de Lorca, al menos según esta lectura retrospectiva, habría ofrecido a Cernuda una imagen especular en la que reconocerse, o en la que reconocer algunos rasgos de su propia personalidad.
De ahí que la selección de elementos de «A un poeta muerto (F. G. L.)» resulte tan reveladora: en un caso más de las técnicas de desdoblamiento, como el Dopplegänger de «Un contemporáneo», la escena narcisista de «Luis de Baviera escucha Lohengrin» o el monólogo dramático de «Lázaro», Cernuda nos habla no solo de Lorca, sino del propio Cernuda, de una idea tal vez depurada o sublimada de sí mismo a través de la construcción de un Lorca a su imagen y semejanza22
Por otro lado, las circunstancias de la escritura y la publicación son decisivas para comprender el sentido de este espejo y su función coyuntural dentro de la «autobiografía poética» que compone La realidad y el deseo, en la expresión de Derek Harris (1992Harris, Derek. 1992. La poesía de Luis Cernuda. Granada: Universidad de Granada., 18). Las fechas y el lugar son elocuentes: «A un poeta muerto (F. G. L.)» se escribe en abril de 1937 y se publica en junio del mismo año en una Valencia convertida en sede del gobierno republicano. Es decir, en el epicentro de un proceso de estalinización propiciado por la cercanía a Largo Caballero del embajador soviético, Rosenberg (y más tarde por la actividad de Marchenko). Su hito más visible sería la liquidación del POUM, en una historia divulgada por Orwell en Homage to Catalonia (1938)23
El primero es el estrictamente poético. No debe olvidarse aquí que durante los años anteriores a la guerra, como ha referido Carlos Flores Pazos (2005Flores Pazos, Carlos. 2005. «Manuel Altolaguirre entre dos públicos: España y la URSS (1930-34)». En Entre dos públicos, IX-XLV. Málaga: Centro Cultural de la Generación del 27.) el interés suscitado por la novedad soviética movió a muchos escritores españoles a visitar la URSS24
Dos diarios, El Socialista de Madrid y La Vanguardia de Barcelona, han comentado […] la fidelidad de nuestros poetas actuales a la causa popular […] De agradecer, cuanto que lo frecuente es considerar al poeta como hombre que para nada sirve y al cual se le permite, a lo más, pudrirse en un rincón
(2002cCernuda, Luis. 2002c. Prosa II, 4ª ed. Editado por LuisMaristany y DerekHarris. Madrid: Siruela., 119, la cursiva es mía).
El segundo aspecto tiene que ver con la escenificación de este proceso en la política cultural, cuyo mayor hito fue el Congreso de Intelectuales Antifascistas de julio de 1937. Allí, como conocemos por los relatos de Spender, Malraux y tantos otros, el debate sobre Retour de l’URSS (1936), el libro de André Gide, fue censurado. No se trataba exactamente de una arremetida frontal: Gide se declaraba «amigo» de la URSS, veía en ella «un ejemplo, una guía» (1936Gide, André. 1936. Retour de l’URSS. 117.ª ed. París: Gallimard., 15), pero no ocultaba la tortura de las largas colas, los servicios insuficientes, la «despersonalización» de los koljós y, sobre todo, la amenaza de un totalitarismo en el que «el Pravda enseña todas las mañanas qué hay que pensar» (1936Gide, André. 1936. Retour de l’URSS. 117.ª ed. París: Gallimard., 49), la instrucción insiste en el tono laudatorio y patrio que propicia un «complejo de superioridad» (1936Gide, André. 1936. Retour de l’URSS. 117.ª ed. París: Gallimard., 53) y la belleza «es considerada un valor burgués» (1936Gide, André. 1936. Retour de l’URSS. 117.ª ed. París: Gallimard., 84). En suma, con la revolución «el arte corre un terrible peligro» (1936Gide, André. 1936. Retour de l’URSS. 117.ª ed. París: Gallimard., 89), aseguraba Gide. Y eso era precisamente lo contrario de lo que el planteamiento monopolístico del Congreso pretendía afirmar con su subtítulo, «en Defensa de la Cultura». ¿Cuál fue la resolución de Cernuda ante esta censura? A su llegada a Inglaterra el año siguiente, como recuerda Martínez Nadal (1983Martínez Nadal, Rafael. 1983. Luis Cernuda. El hombre y sus temas. Madrid: Hiperión., 16), su libro predilecto era Retour de l’URSS; y, según Juan Gil-Albert (2004Gil-Albert, Juan. 2004. Memorabilia. Barcelona: Tusquets., 26), que en sus Memorabilia describió con detalle el ambiente de aquella Valencia en guerra, durante las semanas del Congreso comentaba «un librito de Gide […] que habría de causar en nuestras filas una reconsideración de actitud», probablemente Retouches à mon Retour del’URSS (1937), aparecido una semana antes de la apertura25
El tercer aspecto tiene que ver con otro elemento inquisitorial de esta estalinización: la persecución de la homosexualidad. Solo tres años antes, en 1934, Stalin había añadido a las leyes penales una cláusula que caracterizaba la homosexualidad como delito26