Revista de Literatura 86 (171)
ISSN-L: 0034-849X, eISSN: 1988-4192
https://doi.org/10.3989/revliteratura.2024.01.023

VEGA, Lope de. Rimas. Edición y estudio de Antonio Sánchez Jiménez y Fernando Rodríguez-Gallego. Madrid: Real Academia Española-Espasa, 2022, 976 pp.

 

El volumen que reseñamos incluye la última edición crítica de las Rimas de Lope de Vega, a cargo de Antonio Sánchez Jiménez y Fernando Rodríguez-Gallego. La estructuración o división en apartados no tiene mucha miga, pues sigue el orden habitual de las ediciones publicadas por la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española. Lo primero que leemos es la presentación, a la que siguen las dos partes del texto de las Rimas de 1604, que forman doscientos sonetos y una miscelánea de composiciones que concitaba, prácticamente, todos los esquemas poéticos de aquel entonces (elegías, églogas, epístolas, romances y epitafios). Después los exégetas han tenido a bien introducir dos apéndices: la apología a Juan de Arguijo que incluyó el Fénix en la edición de 1602 de La hermosura de Angélica (al comienzo de la «Segunda parte de las Rimas») y el Arte nuevo de hacer comedias, aparecido por primera vez en la edición de las Rimas del año 1609. Las dos partes del texto principal y los apéndices traen una anotación al pie y complementaria monumentales, que ayudan, respectivamente, a la recta comprensión de los pasajes y al enriquecimiento de nuestro conocimiento enciclopédico. La información que allí se expone contrae asimismo una fuerte deuda –honestamente reconocida por los críticos– con las ediciones anteriores de Pedraza y Carreño.

Integran el estudio varios apartados, que escrutan, con lupa y escalpelo, las circunstancias extratextuales y los elementos intratextuales de las Rimas. En lo que atañe a lo primero, los especialistas ponen el acento, para empezar, en el «mito vivo» en que se convierte el Fénix entre los años del destierro y la vuelta a Madrid, cuando salen de las prensas, verbigracia, la Arcadia. Prosas y versos (1598), La Dragontea (ibidem) o el Isidro. Poema castellano (1599). En el alborear del nuevo siglo, Lope llega a Sevilla siguiendo los pasos de Micaela Luján, y es en la ciudad hispalense donde, tras las sucesivas ediciones de las Rimas (1602, 1604 y 1609), se consagra como el más digno heredero de Garcilaso de la Vega, primer poeta lírico de la España quinientista. Con respecto a la historia editorial y el contexto literario, los eruditos destacan que Lope infringió, al llevar el texto a la letra de molde, las leyes de la difusión de la lírica culta, habitualmente transmitida en manuscritos o recogida en volúmenes póstumos preparados por los colegas. De igual modo, al par que renunciaba a los usos lírico-aristocráticos, el Fénix moldeaba una imagen de sí mismo (a su propia medida) y ponía en guardia a los adversarios, quienes confeccionaron la antología Flores de poetas ilustres (1605), vaticinadora de la poesía culta que vendría pocos años más tarde. A juicio de los profesores, la estética de la obra se podría sintetizar en tres palabras: «sinceridad», «confesión» y «pasión». Triada en que descansa la identificación absoluta entre el yo poético y el autor de la obra, elemento axial de la tradición garcilasiana y petrarquista. La herencia del poeta aretino, en efecto, repercutió notablemente en la dispositio de los doscientos sonetos, que constituyen una verdadera autobiografía amorosa, como la narrada por la voz poética del Canzoniere. A pesar de este parangón y otras evidentes similitudes (por ejemplo, el carácter introspectivo de los poemas y su variedad temática), las Rimas carecen, no obstante, de un ciclo in morte o de canciones, conceden a los celos un lugar preponderante y tampoco son exclusivas (Lope escribe luego las Rimas sacras y las Rimas de Tomé de Burguillos). Estos motivos, nos recuerdan los editores, dieron pie a que Pedraza acuñara la expresión «cancionero lopesco» para hacer referencia a los doscientos sonetos, actualización de lo que fuera un cancionero de inspiración petrarquista. Los investigadores escudriñan luego la poética del soneto lopesco, comenzando la reflexión a partir de las líneas de la silva X del Laurel de Apolo (1630), en que el escritor emitía su parecer al propósito de lo que era, para él, un buen soneto. Y tal composición debía ser por fuerza epigramática, lo cual encuentra explicación según los críticos en la influencia de Tasso y la Antología griega, así como en el caso del soneto núm. 139, traducción de un epigrama de la Antología palatina. Se trata de composiciones de final conceptuoso y sorprendente –que Orozco llamaba «manieristas»–, de las que Góngora o Arguijo eran grandes aficionados. Allende la órbita de los doscientos primeros sonetos, Sánchez Jiménez y Rodríguez-Gallego analizan cuidadosamente la «segunda parte de las rimas», ofreciendo comentos de las tres églogas, la silva «Apolo», el par de epístolas, el poema «La descripción del Abadía» (poesía descriptiva), los dos romances, los epitafios (poesía funeral) y los cuatro sonetos de cierre. En el apartado dedicado a los apéndices, se brinda un breve escolio a los lectores que da las claves de la dupla de textos. El «Prólogo a Arguijo» entraba en escena en La hermosura de Angélica con otras diversas rimas, y allí Lope comparte su opinión sobre la poesía (a esas alturas), vitupera a los enemigos y anticipa posibles censuras sobre el volumen. El Arte nuevo de hacer comedias se publicó inicialmente en la edición de las Rimas de 1609, y es, como todo el mundo sabe, la fórmula con la que Lope cambiaría para siempre la forma de hacer y de entender el teatro en España. En las dos últimas secciones del estudio localizamos el examen textual y el aparato crítico. El análisis del texto es un cotejo a fondo, realmente minucioso, en que se escrutan los testimonios con valor para la filiación, las ediciones «descriptae», las versiones manuscritas y las versiones conservadas en comedias. Dentro del primer grupo, se tienen en cuenta los textos de La hermosura de Angélica con otras diversas rimas (A) y las Rimas de 1604 (B), 1609 (E) y 1613 (H). El estudio comparativo afianza la propuesta de Pedraza, que utilizó B como texto base de su edición por traer intervenciones directas de Lope. Rodríguez-Gallego y Sánchez Jiménez siguen el criterio del erudito –si bien con matizaciones y puntualizaciones–, y emplean nuevamente B como texto base, dado que es el más cercano a la voluntad del autor, lo cual prueban con la inspección de múltiples loci critici. De las ediciones inservibles para la constitución del texto, podríamos destacar, verbigracia, la reimpresión de La hermosura de Angélica en 1604 (C) o la reedición milanesa de las Rimas de 1611 (F), que ilustran, únicamente, las sucesivas deturpaciones del texto. En cuanto a las versiones manuscritas (el cartapacio de Pedro Penagos, el manuscrito Poética silva, el denominado Poesías varias o el conocido como Poesías varias y recreación de buenos ingenios), los editores aclaran que poco o nada contribuyen a la constitutio textus, mas su interés estribaría en lo tocante a la crítica genética, dado que ofrecen versiones tempranas de los sonetos. Los investigadores subsanan con algunas de sus lecciones, por cierto, cinco errores que A transmitió a B. Las versiones de las comedias constituyen, por otra parte, muestras interesantes sobre la reutilización –y readaptación– de materiales líricos en contextos dramáticos. Los sonetos núm. 101 y 103, recogidos en El primero Benavides, serían los de mayor enjundia por ser los únicos que se conservan del puño y letra de Lope (en el autógrafo que nos ha llegado de la pieza). A continuación, se desgranan los criterios de edición, orientados a la modernización de una ortografía que no desdeñe los usos sincrónicos de la lengua seiscentista. Acto seguido, y en último lugar, se encuentra el aparato crítico, en que se documentan todas las ediciones –antiguas y modernas– manejadas por los expertos, en donde se registran las variantes del amplio cosmos textual.

Después de haber leído con atención el volumen, cualquiera podrá concluir, creo, lo siguiente: esta edición de las Rimas es fruto de un proceso de reflexión muy dilatado, seguido de un trabajo –extendido en el tiempo– en el que han colaborado dos buenos conocedores de las letras lopianas. De igual modo, y dejando a un lado el hecho ostensible de que la contribución es de todo punto importante para los interesados en la literatura del Fénix, pienso que el libro es un verdadero tratado de hacer filología en este tiempo, que servirá de ejemplo para los neófitos y merecerá el respeto de los investigadores consagrados. No me cabe la menor duda de que esto será así, y no de otra forma.