Los treinta estudios que se dan cita en este volumen –que es el undécimo que publica la UNED en la colección «Literatura y mujer»– cubren un espectro amplio de géneros, que abarca desde el mito clásico al cuento tradicional, pasando por el sucedido y la leyenda, y desde el relato oral y popular hasta el escrito y erudito; y en algunos de ellos se explora, además, en narraciones plasmadas en expresiones artísticas no literarias, como la pintura, la novela gráfica o el cine. En el libro se abordan cuatro dimensiones de lo femenino en la cuentística: la mujer como creadora, la mujer como transmisora, la mujer como receptora y la mujer como personaje. Esas cuatro facetas son tratadas en los cuatro primeros bloques temáticos, mientras que el último está dedicado a las reescrituras de los cuentos de magia en la narrativa feminista y a las imágenes de la mujer en soportes no escriturales.
He aquí los títulos de los cinco apartados: I. Mujeres que cuentan; mujeres con voz; II. Heroínas de cuerpo y alma; III. Mujeres inspiradoras de mitos y cuentos maravillosos; IV. Desmontando motivos tradicionales: poder, escritura y subversión; V. Traspasando medios: cuentos e imágenes de mujer.
Aunque son varios los estudios sobresalientes en De cuento en cuento, el espacio tasado de esta recensión me obliga a acotar mi comentario a unos pocos. Comenzaré por el de José Manuel Pedrosa, que lleva por título «Hécale y Teseo, las sirenas y Odiseo: féminas que narran y héroes que escuchan», en cuyas páginas se identifica un perfil de personajes femeninos que deleitaron a los viajeros refiriéndoles relatos fascinantes. El autor incluye en esa categoría a varias narradoras carismáticas de la mitología griega, pero se centra en aquellas que murieron después de haber agasajado con sus relatos a héroes que se hallaban de paso. Una fue la anciana y viuda Hécale, sobre la cual dijo Calímaco en un epilio que había hospedado en su propia casa al mismísimo Teseo y que lo había entretenido narrando algunas vivencias suyas; y las otras (hay que tratarlas en plural, porque actuaron en grupo) fueron las sirenas que trataron de embelesar a Odiseo evocándole, con sus cautivadores cantos, algunas de sus hazañas.
No me resisto a traer a colación aquí otro relato protagonizado por una anciana que –como Hécale– era una viuda que vivía sola en una cabaña muy humilde, y que –como Hécale– había alcanzado gran fama por su hospitalidad con los viajeros, a los cuales obsequiaba con narraciones hermosas y edificantes. Se trata de una leyenda tradicional bereber recogida en el oasis argelino de El-Atteuf que Messaouda Khirennas y yo publicamos en nuestro libro Las granadas de oro y otros cuentos tradicionales del oasis del Mzab (Argelia).
El relato sahariano narra cómo cierta noche unos peregrinos tocaron a la puerta de la anciana para solicitar hospedaje. Ella se congratuló de volver a tener unos invitados en su casa, pero, cuando llegó el momento de servirles la cena, descubrió que ya no le quedaba comida que ofrecerles. Se le ocurrió entonces apurar los restos de dátiles que se habían quedado adheridos a las paredes de su despensa y servirlos acompañados de algunos aderezos. El plato resultante fue exquisito: los peregrinos se quedaron admirados del sabor de la comida y preguntaron a su anfitriona por el secreto de la receta. En aquel momento la anciana dedujo que Dios le había otorgado un don, y comenzó a narrar a los viajeros tres anécdotas que ella interpretaba como señales de que había sido bendecida.
Aunque la leyenda mozabita no mencione que la protagonista muriera después de haber dado albergue a los peregrinos, la tercera anécdota que refirió sí versaba sobre un fallecimiento que iba a tener lugar de manera inminente: el de una hilandera que a punto estuvo de morir en su casa. La existencia de esta versión sahariana apunta a que las humildes anfitrionas que cautivan a los viajeros con anécdotas asombrosas o edificantes constituyen un tipo de personaje de rango universal.
En el artículo que lleva por título «¿Es verdad que ya no hay rusalki?», Francisco Molina Moreno presenta y comenta unas leyendas del folclore bielorruso, en las cuales se alude a la desaparición de las rusalki; y traduce otras noticias, también recogidas en la tradición bielorrusa, en las que se refieren avistamientos de alguna de esas ninfas. En realidad, las primeras desarrollan un motivo folclórico muy disperso acerca de razas míticas que acabaron extinguiéndose. De algunos de esos seres –como los nefilim bíblicos, los titanes de la Grecia clásica o los gigantes de muchas tradiciones mesoamericanas– se cuenta que desaparecieron antes de que la humanidad tuviera oportunidad de avistarlos. Pero de otros –y en ese grupo hay que incluir a las rusalki– se dice que vivieron en tiempos históricos, y, en algunos casos, que no se extinguieron hasta época reciente.
En varias leyendas que convoca Molina Moreno se especifica que no se volvió a ver a las rusalki desde que la tierra fue santificada (por la Iglesia ortodoxa, se entiende). Este último detalle resulta significativo, porque también en otras áreas culturales se cuenta que una raza de mujeres salvajes fue exterminada por una religión o por un pueblo extranjeros.
La existencia de relatos acerca de monstruos femeninos, ya extintos, en lugares alejados y en tradiciones muy diferentes, invita a realizar en el futuro un escrutinio pluricultural, atendiendo a las concomitancias con las versiones documentadas en civilizaciones antiguas.
Magnífico es también el estudio de Alexandra Chereches «Relatos mágicos y femeninos de Transilvania: su tradición, significados y pervivencia», en el cual se traducen y comentan ciertas narraciones y creencias que la misma autora grabó de boca de Silvia Fola, una extraordinaria narradora rumana nacida en 1939. El artículo aporta textos de gran interés, entre los que destaca un testimonio de una mujer que enfermó como consecuencia del mal de ojo, un inventario de los rituales propiciatorios que se llevaban a cabo la noche de San Juan, un relato acerca de una mujer que mantuvo relaciones carnales con el demonio y una descripción de las prácticas mágicas que las strigoi (ese nombre recibe las brujas en Rumanía) realizaban manipulando boñigas de vaca. Señala Chereches en las conclusiones que los perfiles de los personajes que ella analiza son muy similares en las creencias, los rituales, los cuentos y las leyendas del folclore transilvano.
En resumen, De cuento en cuento supone un paso importante en el análisis de las dimensiones de lo femenino en la narrativa tradicional. En el futuro habrá que seguir arrojando luz sobre otras zonas de la literatura oral que la crítica –que ha sido tradicionalmente masculina, urbana, occidentalocéntrica y muy orientada hacia el canon literario– ha dejado en la penumbra.