Más conocido por sus novelas de éxito popular, José María Gironella (1917-2003) ocupa también un lugar relevante en la escritura de relatos de viaje en los años que van del tardofranquismo a los primeros de la democracia. En la práctica de este género, identifica además algunas peculiaridades no habituales en su tiempo que permiten situarlo en un lugar destacado dentro de la historia del relato de viajes español. En primer lugar, identifica una profesionalización literaria del viaje que en su caso transcurre siempre por tierras remotas y no por el interior de la península. Además, aborda el género de manera autónoma y consciente, frente a la costumbre generalizada en muchos escritores de recopilar crónicas periodísticas a propósito de viajes realizados con ocasión de alguna invitación, encargo diplomático, político, periodístico, o cultural. En este sentido es un precedente de escritores contemporáneos que, como Javier Reverte, han contribuido a la dignificación del relato de viaje como literatura y su práctica como actividad continuada, no subsidiaria de la escritura de ficción. Gironella fue desde muy pronto, y cuando no era tan habitual, un viajero asiduo fuera de España, aunque no todos sus recorridos generaron la escritura de un libro. Pero, como veremos, a partir de cierto momento viajar y escribir se convierten en una misma actividad consciente, o, dicho de otro modo, viaja para experimentar vivencias, acumular materiales que trasladará a la escritura literaria con una disposición similar a la práctica novelesca, con la que sus relatos de viaje comparten muchas técnicas, más allá del carácter ficcional o factual que los diferencia.
Antes de atender al análisis de sus relatos de viaje, conviene recordar sucintamente el conjunto de la producción literaria del escritor. Su primera novela, Un hombre, obtuvo el premio Nadal en 1946, pero será la primera entrega de su famosa trilogía sobre la guerra civil española, Los cipreses creen en Dios, publicada en Planeta, la que logre un éxito y fama que lo encumbran como escritor reconocido. Los cipreses creen en Dios fue premio Nacional de Literatura en 1953 y se convirtió en best seller en unos años aún poco propicios para las grandes tiradas editoriales. Siguió el resto de la trilogía, Un millón de muertos (1961) y Ha estallado la paz (1966) con similar acogida1
Deseoso de huir del ambiente cerrado de su Gerona natal, tal y como él mismo contó en varias ocasiones, Gironella se instaló en 1948 en París para escribir Los cipreses creen en Dios, lo que supuso un relevante cambio de perspectiva vital en los años de la autarquía franquista, y que sería el primer paso de un constante recorrer el mundo. En unos primeros años sus viajes se dirigieron fundamentalmente a Europa y América, destinos más habituales de los viajeros durante el franquismo. Precisamente, en uno de esos viajes escribió una serie de crónicas para la prensa que luego incorporó como parte de su libro misceláneo Todos somos fugitivos (1961), con el título Viaje en torno a la revolución cubana. Alterna en este breve escrito dos capítulos puramente ensayísticos sobre Cuba y Fidel Castro con otros tres que narran un viaje en barco de Estados Unidos a España, pasando por una efímera escala en La Habana, en lo que parece un estado aún embrionario en su cultivo del género. La obra probablemente fue fruto de la coincidencia de su estancia americana con el interés internacional por el triunfo de la revolución castrista en 1959 y, en todo caso, ya revela su capacidad para narrar el viaje, a la vez que ofrece un diagnóstico bastante ajustado de los hechos de los que es testigo. Sin embargo, su cultivo más consciente de la autonomía del género de viajes solo se inició a partir del impacto personal que le causó su contacto con Oriente.
En 1962 se embarcó con su mujer en un carguero para realizar su primera incursión en el mundo no occidental. Personas, ideas, mares. Viaje a Egipto, Ceilán y la India (1963Gironella, José María. 1963. Personas, ideas, mares. Viaje a Egipto, Ceilán y la India. Barcelona: Planeta.) es el resultado de esta singladura que le lleva por el Mediterráneo, el canal de Suez, el océano Índico y Ceilán, con destino final en Bombay. El Japón y su duende (1964Gironella, José María. 1964. El Japón y su duende. Barcelona: Planeta.) narra una estancia en Tokio aprovechando una gira de su amigo, el guitarrista Narciso Yepes. En Asia se muere bajo las estrellas (1968Gironella, José María. 1968. En Asia se muere bajo las estrellas. Barcelona: Plaza & Janés.) relata un itinerario más largo que le conduce a Bangkok, Saigón, Taipei, Manila, Hong Kong, Camboya y de nuevo a la India2
Desde el primer libro de viajes publicado, más espontáneo y ligero, hasta el último, hay un largo camino de maduración del género en el que, como veremos, sus obras fueron ganando densidad narrativa, aporte documental, exhaustividad del dato, intencionalidad del relato y también extensión. El viaje es siempre el articulador del discurso y su intencionalidad varía entre el deseo de tener experiencias ajenas al común patrón occidental, lo turístico y la búsqueda personal e íntima, sin dejar de lado tampoco la circunstancia profesional del escritor que se gana la vida con sus libros. Lo cierto es que Gironella logró una excelente respuesta lectora para un género que no ha gozado de tanto prestigio como la estricta ficción y que suele quedar relegado del sistema literario en el reconocimiento de sus autores. En proporción, puede decirse que logró un éxito equiparable al de sus novelas, con grandes tiradas para libros con un volumen de páginas que podría ser disuasorio para muchos lectores: vendió más de 500.000 ejemplares de En Asia se muere bajo las estrellas, y El escándalo de Tierra Santa –más de 600 páginas de letra apretada– alcanzó en solo tres meses su quinta edición.
En su favor estaba la publicación en editoriales de gran empuje como Planeta o Plaza & Janés, donde ya habían aparecido antes sus novelas, y también el reclamo de su nombre como autor exitoso, además de otras características en su modo de concebir el género, como veremos más adelante. Pero hay que situar estos títulos en su contexto histórico y literario para ahondar en otras razones que probablemente ayudan a explicar también este éxito.
1. LOS LIBROS DE VIAJE DE GIRONELLA EN EL TARDOFRANQUISMO
⌅José Mª Gironella publica sus relatos de viaje por Oriente entre 1963 y 1982, unos años determinantes en el desarrollo de este género en España. Por un lado, coincide en la década de los sesenta con los relatos sociales de escritores como Ramón Carnicer, Antonio Ferres, Armando López Salinas, Alfonso Grosso, Javier Alfaya, o Jesús Torbado, quienes recorrieron las zonas más pobres de España con una explícita intención de denuncia. Esta renovación del género coincide cronológicamente con las últimas manifestaciones del relato franquista de Gaspar Gómez de la Serna. Igualmente, Camilo José Cela sigue produciendo un número relevante de obras que prolongan el éxito de Viaje a la Alcarria. Y ya en la cercanía de la década de los ochenta comienzan a publicar los escritores periodistas que se convertirán en profesionales del viaje: Manuel Leguineche, Luis Pancorbo, o Enrique Meneses. Esta rápida panorámica no hace sino destacar la dificultad de incluir los relatos de viaje de Gironella en ningún grupo ni tendencia entre sus coetáneos. Para determinar esta singularidad se hace preciso delimitar con algo más de detalle el contexto del género durante las décadas del franquismo.
La mayoría de los relatos de viaje publicados en la posguerra correspondían a desplazamientos por el interior de España, mientras que los viajes al extranjero constituían una minoría, algo determinado por el aislamiento del país y por la necesidad de los escritores de construir un relato de la propia nación acorde con su ideología. Pero sí hubo algunos, sobre todo aquellos situados en la órbita de la Falange, que por su condición de diplomáticos (Agustín de Foxá), el ejercicio periodístico (Eugenio Montes, César González Ruano), o bien su participación en alguna de las actividades de propagación del hispanismo llevadas a cabo por el régimen franquista (Rafael García Serrano) tuvieron facilidad para viajar por el extranjero ya desde los años cuarenta y lo contaron. Una rápida revisión de los títulos publicados muestra que en estos primeros años los destinos preferidos fueron América y, dentro de Europa, Italia y Alemania por razones obvias de afinidad ideológica (Rubio 2017Rubio Martín, María. 2017. «Los caminos de la paz franquista. Ideología y retórica en los libros de viajes de los años 60». En XXV Años de paz franquista. Sociedad y cultura en España hacia 1964, editado por Asunción Castro y Julián Díaz, 309-335. Madrid: Sílex.).
Sería ya en los años sesenta cuando la mejora de las condiciones socioeconómicas del país y, sobre todo, las nuevas relaciones internacionales de España, retomados los contactos con EE. UU. en 1953 y tras la admisión de España en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1955, propiciaron el aumento de los viajes por el extranjero de otro perfil más variado de escritores e intelectuales, como Julián Marías, Fernando y Guillermo Díaz Plaja, Carmen Laforet, Miguel Delibes, o Ramón Carnicer. En estos casos, las salidas al extranjero ya no dependen necesariamente del aparato del estado; la mayoría viajan invitados por universidades norteamericanas y publican sus experiencias en la prensa o en libro (Morán, 2013Morán, Carmen. 2013. «Viajeros españoles en EE. UU. (1950-1970): Marías, Chacel y Delibes». Artifara, 13: 17-35. 10.13135/1594-378X/304). Aunque los destinos preferidos siguen estando en América y Europa, a partir de los años sesenta, la actualidad de ciertos conflictos internacionales determina recorridos más heterogéneos (Rubio, 2020Rubio Martín, María. 2020. «Los libros de viaje de Delibes en su contexto cultural». Ínsula, 877-878: 8-12.). El viaje por otros países suscita en el viajero la comparación con el propio. En sus relatos, España se mira en el espejo del extranjero, y los lectores españoles, aún muy constreñidos en las líneas ideológicas marcadas por el discurso oficial, tienen la ocasión de abrir horizontes, ampliar perspectivas y contrastar.
En este contexto, el perfil viajero de Gironella y los destinos que elige constituyen en cierto modo una rareza. El escritor viaja siempre por razones personales, nunca en un contexto oficial, o invitado por organismos públicos ni privados, aunque la fama de su nombre le abre muchas puertas en embajadas, redacciones de periódicos, universidades, misiones religiosas, etc., lo que facilita enormemente su inmersión y conocimiento del país visitado. Gironella evita la nota rápida y superficial y apuesta por la experiencia prolongada; sus viajes dan lugar siempre a largas estancias con la compañía habitual de su esposa, algo que su situación económica y el no estar sujeto a la disciplina de un contrato de trabajo, sin duda, le permitían. El exotismo de sus destinos contribuyó también al interés de los lectores, con los que comparte el fuerte choque cultural y la consecuente fascinación de un mundo por completo alejado de los parámetros occidentales. El viajero evita el estereotipo y busca la comprensión de la cultura oriental en toda su complejidad, con la ayuda de interlocutores heterogéneos y sin rehuir todo tipo de experiencias reveladoras.
Hay que tener en cuenta que Gironella abre vías poco frecuentadas para el relato de viajes español de estas décadas. Los viajes al lejano Oriente abundaron en el siglo XIX, y en el primer tercio del siglo XX contamos con obras relevantes3
Geneviève Champeau (2004Champeau, Geneviève. 2004. «Viajar bajo el franquismo. Relato polémico y escritura del yo». Quimera, 246-247: 76-81. y 2021Champeau, Geneviève. 2021. «Ideologías, poéticas y canon: el relato de viaje bajo el franquismo». En Poéticas y cánones literarios bajo el franquismo, editado por Fernando Larraz y Diego Santos Sánchez, 135-158. Madrid: Iberoamericana – Vervuert.) ha estudiado los relatos de viaje de los escritores españoles durante el franquismo en relación con su posicionamiento ante el «relato nacional franquista» y los modelos formales que ello produce. Analiza cómo la determinación ideológica auspició la aparición de dos tipos de viajes contrarios; en un extremo los relatos falangistas de apología del régimen y apelación a una retórica hinchada y sentimental; del otro los relatos sociales inaugurados por Campos de Níjar (1959) de Juan Goytisolo que buscan colocar al lector ante la lastimosa verdad social sin veladuras, mediante un estilo sencillo que pretende la objetividad. En los dos casos, y con intenciones opuestas, el viaje es el pretexto para la construcción de un discurso ideológico que afirma las bondades del franquismo, o bien denuncia sus fracturas. Entre ambos modelos, dos autores, Josep Pla con Viaje en autobús (1942) y Camilo José Cela con Viaje a la Alcarria (1948) inauguran otro tipo de relato más literario en que domina la función estética sobre la ideológica, y donde la experiencia del viaje se presenta como motivación primera y última. Esta modalidad narrativo-descriptiva que practican constituirá el canon del género, no solo en la posguerra, sino prácticamente hasta finales del siglo XX. La definición de Champeau (2021Champeau, Geneviève. 2021. «Ideologías, poéticas y canon: el relato de viaje bajo el franquismo». En Poéticas y cánones literarios bajo el franquismo, editado por Fernando Larraz y Diego Santos Sánchez, 135-158. Madrid: Iberoamericana – Vervuert.) nos sitúa ante un tipo de relato unitario frente al fragmentarismo de la reunión de crónicas de viaje, minuciosamente elaborado, y ceñido a la lógica topográfica y cronológica del viaje, donde el viajero adquiere rango de protagonista, lo que abre camino a la subjetividad, y donde narración y descripción alternan en la creación de pequeñas anécdotas, pinturas de paisajes y personajes que trazan estampas de la vida cotidiana con un estilo ágil y depurado y con abundancia de diálogos.
Los relatos de viaje de Gironella no son ajenos a este modelo homogéneo, aunque se caracterizan por una mayor densidad narrativa y una elaboración discursiva que a menudo responde a la necesidad de expresión existencial del yo, como iremos viendo. En cambio, se distancia por igual en su intención y estilo de la altisonancia retórica de los relatos apologéticos del nacional catolicismo y de su contrafactura en la sobriedad de la prosa de los relatos de viaje sociales de los años cincuenta y sesenta. Eso en lo que se refiere al modelo formal; respecto al posicionamiento ideológico sobre la situación española del franquismo, como veremos, Gironella lo evita de manera acusada. Más allá de que sus viajes le lleven a países lejanos y nunca se plantee el relato de viaje por el interior del país, las necesarias comparaciones con España suscitadas en interlocuciones con distintos personajes darán lugar a significativos silencios.
2. MOTIVACIÓN DEL VIAJE Y RELATO SUBJETIVO
⌅No hay en sus proyectos apriorismos ideológicos herméticos que determinen su mirada y discurso, como sí se dieron en los relatos propagandísticos del franquismo. Gironella concibe el viaje como experiencia vital y aprendizaje personal, que transforma al viajero en su contacto con lo diferente, y así lo anota en numerosas ocasiones. Viajar es conocer, hacerse más sabio, verse en el espejo del otro y, en consecuencia, salir de la limitación de las propias pequeñeces, relativizar la seguridad de las certezas y aceptar que no hay una única verdad: «Apenas traspasada la frontera se ensancha el mundo y se descubre que millones y millones de seres ignoran la misma existencia de asuntos que nosotros tenemos por muy principales» (Gironella 1974Gironella, José María. 1974. El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar. Barcelona: Plaza & Janés.: 21). En los estrechos horizontes de la vida en la posguerra española, el relato de viajes contribuye a abrir perspectivas. Su primer viaje a París, dice, determinó en él un sano relativismo escéptico que no hizo sino afianzarse a lo largo de los años y la multiplicación de los viajes:
En Francia abdiqué para siempre del ‘sí’ y del ‘no’ absolutos a que la idiosincrasia española y la rotundidad de nuestra guerra civil me habían habituado. En Francia dejé de ser juez […]. En Francia descubrí, no solo la importancia de la matización y del adjetivo, sino el estimulante hecho de que los matices y las adjetivaciones sean el aporte personal […]. A partir de ese descubrimiento brotó en mi interior una fuerza nueva –que años después, en Asia, había de afianzarse con más enjundia todavía–, perfectamente compatible con la afanosa búsqueda de la verdad e incluso con un agridulce escepticismo.
(Gironella 1974Gironella, José María. 1974. El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar. Barcelona: Plaza & Janés., 25)
Es por lo tanto el viaje en sí y no una intención ideológica previa o externa al mismo, el que guía su acercamiento al género. El contacto con otra sensibilidad ajena a su cultura occidental es expresado a menudo en términos de «dolorosa perplejidad», «zarandeo emocional», «nervios en tensión», «vapuleo». Sin embargo, y pese a la incapacidad para superar la alteridad, cuenta, «nada de ello se me antojó hostil […] Por el contrario, tuve la impresión de que me acercaba a la causa primera, de que yo había vivido allí existencias anteriores… La revelación era inédita, pues nada semejante me había ocurrido en mi primer contacto con el mundo indio americano, ni con el mundo negro, ni con el mundo árabe» (Gironella 1968Gironella, José María. 1968. En Asia se muere bajo las estrellas. Barcelona: Plaza & Janés., 22).
En los siguientes viajes por el cercano Oriente y el Mediterráneo, aunque se atenúa la conciencia de alteridad, la conmoción personal no es menor. Los recorridos por la geografía nutricia de la cultura occidental y las religiones monoteístas serán ocasión de una sostenida dialéctica de ideas en las que a menudo se ve afectado su yo existencial. Por lo tanto, el motivo que le llevó al cultivo del relato de viajes es muy personal y obedece a razones de carácter esencialmente subjetivo y emocional, como se deduce de la confesada incapacidad para escribir sobre otros viajes, por ejemplo, a Rusia: «Intenté escribir sobre el inmenso territorio sometido al Kremlin, territorio en el que tantos horrores colectivos y personales había presenciado y no pude. En vano perseguía la necesaria concentración.» (Gironella 1977Gironella, José María. 1977. El escándalo de Tierra Santa. Barcelona: Plaza & Janés., 15). Se establece así una relación de necesidad entre el viaje y su escritura, necesidad subrayada en los prólogos de sus obras donde clarifica el origen y circunstancias de cada libro, y a lo largo de los mismos. Y esto se manifiesta en una impronta marcadamente subjetiva y confesional en su concepción del relato. En cierto modo, toda narración de viajes es un proceso de aprendizaje, primero en la experiencia del viaje en sí, y luego en la reflexión y maduración de dicha experiencia en el proceso de escritura.
En el caso de Gironella, el relato de la experiencia del viaje es a la vez exterior e íntimo. El lector asiste a las vicisitudes, anécdotas, vivencias que genera el viaje en sí, ordenadas según el eje cronológico y espacial que determina el recorrido, pero al tiempo es testigo de todas las incertidumbres, dudas y contradicciones del viajero. El escritor revela las fisuras que se abren en su sistema de pensamiento al contacto con otras realidades, fundamentalmente en relación con dos asuntos medulares: el cuestionamiento de la superioridad de los logros occidentales en la intención de vencer la alteridad con Oriente, y su relación con la religión católica. El escritor viajero adquiere así protagonismo central en el relato, no solo como personaje que observa, sino en cuanto sujeto que vive una experiencia transformadora y en su narración convierte al lector en su confidente.
Este componente subjetivo del relato determina la construcción de un sujeto viajero que el lector entiende como yo autobiográfico, entidad verdadera, sin imposturas ficcionales intermedias. En cuanto género fronterizo y marcadamente factual, esta impronta de veracidad es propia del relato de viajes, donde el estatuto del sujeto que enuncia el discurso aúna al escritor, narrador y personaje viajero a un tiempo, de modo similar a como sucede en el pacto con el lector propio de la autobiografía. Esto no impide la creación de entidades ficcionales para el yo viajero en la práctica del género, pero en el caso de Gironella, la «verdad autobiográfica» aparece especialmente subrayada.
Contribuyen a este efecto varios factores, además de la mencionada tendencia a la confesionalidad. El viajero se presenta como escritor, con cierto envanecimiento de su condición, puesto que sus interlocutores a menudo lo reconocen como novelista famoso, con alusiones a sus títulos más exitosos y no son raras las citas intratextuales que nos traen el recuerdo de sus obras. Además, son frecuentes las alusiones a circunstancias de su vida personal cuya veracidad cualquier lector puede comprobar en entrevistas y semblanzas biográficas publicadas en la prensa. Así conocemos su origen humilde, el oficio de taponero de su padre, su paso por el seminario seguramente impulsado por la estricta religiosidad de la madre y la frustración de su vocación sacerdotal, su matrimonio del que no tiene hijos, pero tampoco los desea, su determinación de escritor que le hace abandonar la estrechez provincial de Gerona y trasladarse a París, sus lecturas, sus viajes, la fuerte depresión sufrida durante tres años y la terapia de electroshock a que fue sometido y, sobre todo, las fisuras en su fe religiosa que le conducen finalmente a una crisis trascendental en su vida.
En este sentido, sus relatos de viaje se relacionan con otras obras de contenido autobiográfico, ya mencionadas al inicio de este artículo, e indicativas de la habitual tendencia narcisista en la escritura de Gironella. En el plano paratextual, a partir del tercer relato, En Asia se muere bajo las estrellas, los textos se acompañan de fotografías, muchas de archivo y otras, aunque no se señale su autoría, claramente personales y testimonio del viaje. Gironella hace referencia habitual al uso de su «tomavistas», o las dificultades de tomar fotografías en determinados lugares, rechazadas por la cultura o la religión de sus habitantes. Esas fotos, esas filmaciones sirvieron de soporte y documento para la construcción posterior del relato. Y aunque la incorporación de la imagen visual parece deberse más a un criterio editorial, puesto que no hay evidencia alguna de la voluntad del escritor por incluirlas en diálogo con el texto, su presencia contribuye a la confianza en la veracidad del relato y documenta las experiencias vividas por el escritor que aparece retratado en lugares significativos explicitados en el pie de foto.
El yo viajero adopta, por tanto, una subrayada presencia en el relato. La exposición del escritor ante sus lectores alterna entre los momentos en que opta por un segundo plano tras la narración pormenorizada de la alteridad, y la mencionada necesidad de expresión confesional de sus conflictos que, a menudo, y sobre todo en El escándalo de Tierra Santa, se desbordan en un discurso torrencial, expresión de una sensibilidad acuciante. Todo el relato está filtrado por su fuerte personalidad y su necesidad de explicarse. Construye un discurso de tono mayoritariamente ético, con tendencia al trascendentalismo, aunque en los viajes de perfil más turístico, también hay lugar para un vitalismo resultante de experiencias más ligeras. En estos casos no faltan anotaciones sobre ciertas travesuras eróticas, ni anécdotas humorísticas ocasionales, como la reiterada aventura de hacerse afeitar en situaciones poco favorables para su integridad física, para regocijo de los testigos. No obstante, estas ocasiones dejadas a la frivolidad, hay más lugar para la ironía que para la risa ligera y en el cómputo global prevalece el talante grave y la implicación personal en lo relatado.
3. IDEOLOGÍA Y POLÍTICA. LA HUIDA SENTIMENTAL
⌅En su dimensión pragmática, el relato de viajes hace aflorar en el discurso las preocupaciones sociales y políticas de un tiempo histórico determinado y la relación dialéctica del escritor con el mismo. Y en ese sentido es relevante considerar el contexto sociopolítico del franquismo y la propia personalidad del escritor. Gironella luchó en la guerra civil en el bando nacional, siempre fue considerado un escritor de derechas, integrado en el sistema del franquismo, y en ningún momento manifestó de forma clara una evolución ideológica. Un género como el del relato de viajes, que se presta por igual a la exposición autobiográfica y a la libre expresión de opiniones, permite una lectura también ideológica. Las confesiones personales matizan, o bien refuerzan, el paradigma previo con el que el lector de su tiempo ha identificado al escritor. Y este, consciente de su dominio del discurso, elige con sumo cuidado la imagen de sí mismo que quiere proyectar. De modo que la lectura se convierte también en un ejercicio de hermenéutica entre los dobleces de lo que muestra y de lo que silencia.
Es evidente que, al no cultivar el relato de viajes por España, Gironella se exime de elaborar su personal discurso sobre el país, pero en los recorridos lejanos las alusiones surgen inevitablemente, aunque sea como referente con el que comparar lo propio. Y es ahí donde, pese a su posición de hombre de mundo que ha superado la estrechez mental de su origen, se revela una manifiesta conformidad con estereotipos sociales españoles de su tiempo. No me refiero a las valoraciones más conscientes y elaboradas en las que es muy cauto a la hora de referirse a su país, sino a la afloración de lo que podríamos llamar su inconsciente social y cultural, con ocasión de pequeñas observaciones y anécdotas.
Así, por ejemplo, en relación con las mujeres, las contradicciones japonesas entre el modelo tradicional de las geishas y el arquetipo de mujer moderna, formada, políglota y, en suma, independiente que representa su guía Mikedo, le lleva a considerar como algo «insólito» que esta pueda hacer lo que quiera con su dinero y parece lamentar la evolución social de las mujeres japonesas: «–¿No teme usted que, debido a la emancipación, la mujer japonesa pierda el encanto que suponían su dulzura y su sonrisa?» (Gironella 1964Gironella, José María. 1964. El Japón y su duende. Barcelona: Planeta., 80). Como he señalado, su esposa le acompaña en la mayoría de sus viajes y las alusiones a su compañía son constantes, pero siempre en un papel subordinado, protagonista de anécdotas casi siempre intrascendentes. En su papel de fiel compañera y al tanto de sus necesidades materiales y domésticas se adivina el no cuestionamiento del estereotipo de la mujer española de posguerra, ama de casa, y que entra en confrontación con ese otro comportamiento social liberado de otras mujeres por las que parece verse seducido en varios momentos de sus viajes. Otro ejemplo lo constituyen, por reiteradas, las alusiones a la condición explícita de los homosexuales, incluido el amigo francés que los acompaña en su primer viaje. La insistencia en el asunto como expresión de tolerancia, sin embargo, tiene el efecto contrario. El viajero anota como anormalidad todas las ocasiones en que contempla a jóvenes parejas homosexuales y, con relación a su amigo francés, la constante insistencia en su naturaleza se acompaña de una actitud de falso paternalismo; quiere mucho a Georges, pero se lamenta de su condición: «La naturaleza puede ser diabólica», dice, en referencia a su condición sexual (Gironella 1963Gironella, José María. 1963. Personas, ideas, mares. Viaje a Egipto, Ceilán y la India. Barcelona: Planeta., 211).
Como he señalado, no debe olvidarse que el relato es una construcción intencionada en la que el escritor proyecta un retrato de sí mismo que no deja de ser una elaboración ficcional. La confianza en la sinceridad del yo narrador que proporciona su exposición autobiográfica y sentimental se ve puesta en entredicho en otros contextos. El lector atento pronto advierte que el afán del escritor por sincerarse en el discurso solo atañe a ciertas preocupaciones, mayoritariamente existenciales y religiosas, mientras que otras veces escamotea información, se oculta tras su máscara de viajero curioso o de hombre atormentado para soslayar asuntos más conflictivos que oculta intencionadamente. Me refiero a cuestiones que atañen directamente a la política o la ideología, tanto en relación con la España del franquismo, como a otros conflictos internacionales con los que se va encontrando a lo largo de sus viajes. En estos casos, Gironella adopta una calculada ambigüedad y evita siempre manifestarse de manera explícita. Hay que tener en cuenta que cuando publica sus cuatro primeros títulos viajeros sigue vigente en el país la ley de censura6
Pese a que en su primer relato de viajes manifiesta su intención de dar testimonio y denuncia de su país «Yo he de denunciar los defectos de mi Patria […] Yo he de hacer la vivisección de España, aunque ello me acarree incomodidades. Porque los libros duran más que la política» (Gironella 1963Gironella, José María. 1963. Personas, ideas, mares. Viaje a Egipto, Ceilán y la India. Barcelona: Planeta., 105), también declara su intención de distanciarse de él: «Un escritor debería estar por encima de las fronteras y de las ideologías». «¡España, España! No quiero que esa palabra me obsesione y me castre» (Gironella 1963Gironella, José María. 1963. Personas, ideas, mares. Viaje a Egipto, Ceilán y la India. Barcelona: Planeta., 17 y 33). Son siempre otros interlocutores los que abordan el tema español, mientras él lo rehúye sirviéndose de recursos retóricos como la elipsis, los puntos suspensivos para subrayar los silencios, las metáforas, y todo tipo de alusiones elusivas, con peculiares sobreentendidos que no hacen sino poner de manifiesto su negativa a dar una opinión. En Personas, ideas, mares es su amigo francés quien plantea una pregunta incómoda: «¿Y en España qué ocurriría si Franco se muriera de repente?» La respuesta es «no sé qué decirle … soy un hombre humilde». (Gironella 1963Gironella, José María. 1963. Personas, ideas, mares. Viaje a Egipto, Ceilán y la India. Barcelona: Planeta., 115). Más adelante, en conversación con un grupo de jesuitas españoles en India, ante la petición de noticias sobre la política en España, se sirve de un juego de silencios y sobreentendidos que expresan a las claras su negativa a hablar de España en un difícil equilibrio retórico que culmina en el vacío de contenido: «–Ahora, padre, la política preocupa muy poco a los jóvenes españoles… […] –Verá, padre … La política actual es demasiado simple. No sé si me entiende usted… Y en cuanto a la política futura… es lo contrario, demasiado compleja… ¿Sabe lo que quiero decir?» (Gironella 1963Gironella, José María. 1963. Personas, ideas, mares. Viaje a Egipto, Ceilán y la India. Barcelona: Planeta., 347). Estos ejemplos son una pequeña muestra de la técnica de elusión de contenidos comprometidos que es una constante de su obra, y hay que aclarar que no se han extraído de un discurso más amplio, sino que se recoge la alusión completa: introducción del asunto en forma de pregunta u opinión, siempre en boca de otros, seguido de una balbuciente repuesta y un brusco cambio de asunto.
Si el lector se pregunta cómo conciliar la intención de criticar su país con estos silencios tan elocuentes, el resultado parece decantarse por una visión amable de la dictadura, en absoluto conflictiva, desde su primer libro de viajes. En este presenta un país donde la juventud es manifiestamente apolítica (ignorando la fuerte contestación al régimen que en esos mismos años tiene lugar desde la universidad española), o donde no hay restricciones al libre movimiento en la frontera. Sale el que quiere, dice, y muchos exiliados han regresado por nostalgia. En ese sentido, su determinación de evitar valoraciones críticas es también una forma de mostrar una ideología.
En los siguientes relatos persiste su incomodidad ante situaciones en que le obligan a posicionarse, lo que para él es «un aprieto, habida cuenta de que tampoco yo, aunque por otras razones, conseguía adaptarme del todo a mi país, ni podía darles de él una versión demasiado optimista, so pena de ser infiel a mis convicciones» (Gironella 1968Gironella, José María. 1968. En Asia se muere bajo las estrellas. Barcelona: Plaza & Janés., 151), dice en una misión de jesuitas en Taiwán, sin que llegue a explicitar cuáles son esas convicciones. El contacto a lo largo de sus viajes con países bajo regímenes totalitarios de signo contrario le lleva a veces a expresar tenues observaciones sobre estos de manera genérica. En su recorrido asiático llega a desarrollar una elemental teoría sobre las dictaduras. Considera un «fenómeno singular» el hecho de que las «dictaduras blancas», dice, resulten mucho más repugnantes que las «dictaduras rojas» de Stalin, Fidel Castro o Mao Tsé-Tung que, en cambio, parecen ejercer una especial fascinación: «muchas personas que ponen, y con muchísima razón, el grito en el cielo ante los crímenes o los lavados de cerebro organizados por los totalitarismos «de derechas», se sienten predispuestos a olvidar o a justificar sin más cualquier crimen cometido en Moscú o Budapest, en La Habana o en Pekín» (Gironella 1968Gironella, José María. 1968. En Asia se muere bajo las estrellas. Barcelona: Plaza & Janés., 114). Aunque el lector sobreentiende que España es una de esas «dictaduras blancas», se abstiene de nombrar expresamente a su país en un contexto de crítica a la dictadura. Y cuando quiere formular una opinión sobre las políticas totalitarias, quizá por la conciencia de que sus juicios son extrapolables al caso español, aún en la lejanía de referentes, se enreda en un galimatías metafórico de efecto sorprendente. Así se expresa sobre el gobierno de Camboya7
El príncipe amaba a su país. No se llamaba a sí mismo «dictador», sino «obrero del Estado». […] Ahora bien, el poder personal, aún sin ser tan grave como la personalización del Poder, tenía también sus peligros. […] El paternalismo era arma de dos filos, lo mismo si el pueblo lo aceptaba de buen grado como si no. El paternalismo podía en cualquier momento desembocar en el diluvio. Y el diluvio, como fenómeno político, resultaba poco grato para los seres no acuáticos...
(Gironella 1968Gironella, José María. 1968. En Asia se muere bajo las estrellas. Barcelona: Plaza & Janés., 376-377).
Este «decir sin decir» será recurso constante a lo largo de sus narraciones viáticas. Será ya avanzada la década de los setenta, en los últimos estertores del franquismo, y madura la sociedad española en una demanda de cambio político, cuando comience a esbozar tímidamente algunas opiniones aún cautas. En El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar, viaje realizado en 1970, pero escrito probablemente a lo largo de 1974, denuncia «la presión de nuestra censura oficial» (Gironella 1974Gironella, José María. 1974. El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar. Barcelona: Plaza & Janés., 21), o se declara admirador de la libertad democrática francesa. Pese a esta confesión, persiste la ambigüedad. En el mismo relato, cuando visita Atenas, en referencia a la dictadura de extrema derecha a que dio paso el «golpe de los coroneles», habla de las dificultades que por ello sufre su amigo, el Sr. Stratigopoulos, quien «elude en lo posible hablar de política, sobre todo después de haber escuchado, ya en España, mi tajante opinión con respecto a los Estados totalitarios» (Gironella 1974Gironella, José María. 1974. El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar. Barcelona: Plaza & Janés., 257). De nuevo la alusión no da lugar a ningún desarrollo, se interrumpe súbitamente la información y el lector se queda sin poder inferir con seguridad del contexto cuál sea esa opinión, si bien se evidencia en la alusión a la dictadura griega un espejo de la española. Un paso más lo da en El escándalo de Tierra Santa, escrito entre 1975 y 1977, por lo tanto, en plena transición política. En esta obra llega a calificar al Opus Dei de mafia y a criticar abiertamente la connivencia de la iglesia con los fascismos en general, y con el franquismo en particular: «Que Franco entre bajo palio en nuestras catedrales, rodeado de ilustres y satisfechos purpurados, es insultante y casi cómico» (Gironella 1977Gironella, José María. 1977. El escándalo de Tierra Santa. Barcelona: Plaza & Janés., 363). Y aún más, a declararse abiertamente antifranquista: «Pues lo soy. Y militante. Y desde hace muchos años…» (Gironella 1977Gironella, José María. 1977. El escándalo de Tierra Santa. Barcelona: Plaza & Janés., 329), en una confesión que, desde luego, no determina en absoluto el contenido, intención, ni modalidad del relato de viajes que practica, por otra parte, muy alejado del relato social que por los mismos años escribían los escritores españoles abiertamente críticos con el régimen.
La elipsis marcada formalmente mediante puntos suspensivos, la metáfora, la elusión se convierten en marcas retóricas de un discurso soterrado que apenas aflora a la superficie. No elude introducir asuntos de cierta conflictividad, pero siempre en voces de otros y sin involucrarse. En esos casos se desplaza la posición protagónica del yo habitual en el discurso confesional y adopta otra de mero testigo que prefiere no intervenir o que rechaza explícitamente hacerlo de manera reiterada: «Me abstengo de comentar el tema. Pese a que mi opinión es clara al respecto, estoy aquí para ver y para escuchar» (Gironella 1977Gironella, José María. 1977. El escándalo de Tierra Santa. Barcelona: Plaza & Janés., 251). Esta cautela y persistente ambigüedad con las que oculta las marcas ideológicas y políticas de su posición ante la realidad sociopolítica del país sin duda están condicionadas por la censura, pero también son achacables a su talante y a la imagen que quiere proyectar de sí mismo, un perfil de hombre prudente que no quiere significarse frente el régimen franquista, pero que al tiempo desliza algunas reservas contra la dictadura, posibles guiños a un lector de talante democrático, pero de recepción dudosa en el conjunto de su narrativa. De nuevo prevalece la ambigüedad que Delibes le achacaba.
Respecto a otros conflictos internacionales, adopta una posición de observador equidistante y mide mucho las opiniones que vierte, siempre como resultado final de una suma de puntos de vista previamente expuestos por otros. Los viajes por el Extremo y Medio Oriente le colocan en una posición privilegiada para conocer de primera mano algunas de las tensiones que en aquellos años preocupaban al mundo. El viajero asiste a las contradicciones que ha generado el colonialismo occidental en Oriente, a las consecuencias de la II Guerra Mundial y la sostenida Guerra Fría entre los dos ejes, al avance del imperialismo norteamericano en los países del Pacífico, donde se está dirimiendo la guerra contra el comunismo en Corea y Vietnam, al conflicto israelí-palestino, a la revolución islámica de Jomeini, o al extraordinario avance de los países árabes del Oriente Próximo gracias al petróleo. El contacto con distintos interlocutores –periodistas, embajadores, guías, misioneros, gentes comunes– que le ayudan en la comprensión de los países visitados necesariamente hace aflorar la evidencia de realidades fuertemente conflictivas ante las que no hay lugar para verdades fáciles ni cómodas. El debate de ideas se desarrolla mediante diálogos, discursos siempre en boca de otros que revelan posiciones contrastadas en un buscado perspectivismo. El yo viajero suele adoptar entonces la posición de mero testigo que observa, escucha y anota, y que solo en contadas ocasiones se atreve a deslizar su propia opinión muy medida. Así condena a Hitler, pero también critica a Roosevelt y Churchill; o se muestra receloso con el imperialismo norteamericano, tan avasallador como ignorante de la idiosincrasia de los países en los que interviene, pero al tiempo reconoce su necesidad en la lucha contra el comunismo, este último repudiado sin matices. Igualmente anota la admiración desde el punto de vista técnico y de esfuerzo comunitario de los judíos, pero toma en consideración también la perspectiva palestina; trata de comprender la revolución iraní como reacción a la extrema corrupción del Sha, pero condena su fanatismo. Por tanto, el escritor no ignora en su relato la complejidad de circunstancias en cada país, pero de nuevo tenemos que repetir que no es el debate político o ideológico el que guía su escritura. Y así, ante las complejas experiencias sociopolíticas que se le evidencian en el lejano Oriente él permanece más atento a buscar «el alma asiática», o, durante su estancia en Israel, el conflicto armado pasa a formar parte del paisaje de fondo, desplazado siempre por la preeminencia de buscar solución personal a su crisis religiosa.
En cambio, en sus relatos sí manifiesta una aguda conciencia social de índole cristiana. La confrontación entre Oriente y Occidente subraya la radical alteridad que el viajero trata de superar con el intento de comprensión del otro, lo que lleva consigo la denuncia del capitalismo y de la ceguera desde la que Occidente juzga y somete lo distinto. Su actitud, claramente abierta, se manifiesta en una voluntad activa por acercarse al extraño y diferente. Por eso, en sus relatos, su interés está en lo humano en mayor medida que lo político, histórico o artístico. El viajero busca conocer la sociedad en profundidad, religiones y costumbres, y eso le lleva a no limitarse a las impresiones externas más evidentes, sino indagar en la vida cotidiana de las gentes privilegiadas y humildes, entrar en sus casas, conversar con ellos, internarse en comunidades rurales, en fin, traspasar la frontera cultural e idiomática del turista accidental para comprender al otro. Ante la extrema miseria y desigualdad de algunos países visitados no se limita a mirar desde fuera, sino que reacciona, se implica. Se asombra, por ejemplo, de que en los años de colonización española en Filipinas el cristianismo no hubiera hecho nada por remediar estas lacras. Comparte con otros interlocutores el escándalo ante la injusticia social y la responsabilidad del imperialismo capitalista occidental, pero donde otros dan una respuesta política o ideológica, él reacciona siempre desde lo sentimental.
La compasión por el otro le lleva, paradójicamente, a la compasión por sí mismo. En Vietnam todo es para él «paradójico, tierno, cruel, heroico y cobarde», y al término de este viaje anota: «Repetidas veces he escrito que mi destino es incómodo y dramático porque me zarandea de continuo la perplejidad» (Gironella 1968Gironella, José María. 1968. En Asia se muere bajo las estrellas. Barcelona: Plaza & Janés., 77 y 114). En Calcuta: «me di cuenta de la cantidad de niños mutilados […] sentí una pena honda» (Gironella 1968Gironella, José María. 1968. En Asia se muere bajo las estrellas. Barcelona: Plaza & Janés., 417). Tras la visita a Taiwán le queda «el llanto sin esperanza», «de nuevo la dolorosa perplejidad» o, más adelante, «El impacto de Filipinas había sido demasiado fuerte y tenía los nervios en tensión» (Gironella 1968Gironella, José María. 1968. En Asia se muere bajo las estrellas. Barcelona: Plaza & Janés., 177 y 233). Este humanitarismo de raíz cristiana no determina acción práctica o revulsivo ideológico alguno. En la visita a algún orfanato su alma se conmueve, pero rechaza la posibilidad de adopción de un niño, se declara cobarde. En definitiva, domina la reacción sentimental sobre cualquier otra; la curiosidad, el obvio interés por el otro revierte al fin en la expresión de la acusada sensibilidad del yo y su honda conmoción emocional.
4. DEL VIAJE ESPACIAL AL INTROSPECTIVO EN BUSCA DE CERTEZAS RELIGIOSAS
⌅Esta orientación egocéntrica y subjetiva de la escritura tiene su asunto medular en la cuestión de la fe católica, revelada desde el principio como problemática para el escritor. El viajero manifiesta a lo largo de sus recorridos una concepción profundamente religiosa de la existencia, así como la convicción de que todas las cosas han sido creadas con alguna finalidad. En su primer relato, publicado en 1963, Gironella descubre a Dios en la magnificencia de la naturaleza, lee la Biblia en el barco, se emociona al pasar junto a los lugares emblemáticos en los que habitó Jesucristo y considera inconcebible el mundo sin la segura esperanza que el Mesías trajo a la humanidad. Pero al tiempo se atisban ya sus primeras fisuras en relación con la iglesia oficial de Roma, tan ensimismada en lo material y ajena a la vida del espíritu, y aboga por la libertad de cultos.
Desde esta predisposición, el viaje al lejano Oriente dará lugar a la confrontación entre su herencia educativa, determinada por la experiencia del seminario, y una apertura tolerante hacia otras religiones. Una constante en todos sus destinos es la visita y convivencia con misioneros españoles, fundamentalmente jesuitas, a los que presenta felices y plenos en su misión evangelizadora y dueños de una paz que a él le ha sido vedada. Paralelamente indaga de manera obsesiva en el sentido religioso de otras culturas, trata de comprenderlas, relativiza sus diferencias y llega a vivir algo parecido a una experiencia mística reveladora de la espiritualidad oriental ante los templos de Angkor, en Camboya. La fe constituye para él, pues, un pilar existencial necesario, a veces casi de un modo ingenuo o infantil8
La búsqueda de certezas religiosas que, como digo, constituye una constante en prácticamente todos sus relatos de viaje, dará lugar finalmente a una profunda crisis que culmina en la decisión de viajar a Israel en 1975, donde permanece durante varios meses en busca de respuestas a su incertidumbre. Resultado de esa experiencia fue la escritura de su relato de viajes más personal e introspectivo, El escándalo de Tierra Santa. El espacio en esta ocasión no es solo geográfico, sino entidad cultural con una semántica cuya complejidad se va revelando en la dialéctica del viajero con los lugares descritos en la Biblia. La superposición del recorrido espacial con la obsesiva autoexploración del yo, más el contraste entre el ansia de trascendencia y la realidad prosaica y aún vulgar que va experimentando se expresan en un discurso fuertemente sentimental, enfático, a veces rayando en el patetismo: «[estoy aquí] en busca de una realidad que me absuelva de una vez por todas de tanta elucubración inútil, de tanta masturbación cerebral»; «[…] terminaría para siempre con la perenne exploración que llevo a cabo en mi propia cueva, en esa cueva jadeante que a lo largo de toda mi vida ha ido alternando la duda, que es sombra, con el brillo de las estrellas de plata»; «¿Por qué le pido tanto a la vida? ¿Por qué aguardo, una y otra vez, que tal cosa sea trascendental?» «¿Por qué, con los años, la inocencia se deteriora?» (Gironella 1977Gironella, José María. 1977. El escándalo de Tierra Santa. Barcelona: Plaza & Janés., 69, 85, 316 y 338).
Su relato desvela la nostalgia de un mundo armónico presidido por la fe infantil perdida, lo que necesariamente le conduce al fracaso de su búsqueda. Su camino es una sucesión de decepciones, seguramente porque se revela falso desde el principio en su intento de conciliar fe con pensamiento racionalista. El intento de vivir la fe recorriendo la geografía cristiana da lugar al desmoronamiento de mitos ingenuamente sostenidos: la localización de los santos lugares tiene más de leyenda que de certeza, la religión es un espectáculo falso, además de un lucrativo negocio disputado entre las distintas facciones cristianas y la iglesia de Roma ha olvidado la pureza original. Al final resume las conclusiones de su experiencia: la convicción de la inmortalidad del alma y la renuncia a la divinidad de Jesucristo, asuntos de orden teológico que al fondo revelan la unamuniana necesidad de creer; querer creer y no encontrar argumentos válidos. En el siguiente relato, El escándalo del islam, la crisis religiosa ha desaparecido y la relación externa del viaje se constituye en la guía principal del relato, la necesidad de expresión egocéntrica se ha atenuado y la discusión religiosa prácticamente no existe.
5. LA CONCEPCIÓN DEL RELATO
⌅Un género fronterizo como el que tratamos, que combina lo factual con la elaboración literaria, admite modulaciones muy variadas por parte de cada escritor. Como ya se ha dicho, Gironella sitúa el viaje como eje estructural y asunto medular y, sobre esta base esencial, concibe el relato como un género abierto al servicio también de la introspección subjetiva. Aunque tradicionalmente el género se ha configurado como un tipo de relato en el que lo narrativo está subordinado a lo descriptivo (Carrizo 1997Carrizo Rueda, Sofía. 1997. Poética del relato de viajes. Kassel: Reichenberger. y Luis Alburquerque, 2006Alburquerque, Luis. 2006. «Los libros de viajes como género literario». En Diez estudios sobre literatura de viajes, editado por Manuel Lucena Giraldo y Juan Pimentel, 67-87. Madrid: CSIC. y 2011Alburquerque, Luis. 2011. «El ‘relato de viajes’: hitos y formas en la evolución del género». Revista de Literatura, 145: 15-34. 10.3989/revliteratura.2011.v73.i145.250), en nuestro caso el autor privilegia lo narrativo y rechaza expresamente la incorporación de descripciones que llega a desdeñar expresamente como retórica vacía. Esto no quiere decir que la función descriptiva desaparezca por completo, pero sí que queda muy limitada en el conjunto tras la preeminencia de la anécdota y la reflexión personal. La densidad narrativa que caracteriza sus largos relatos de viaje, de hecho, se sirve de una construcción muy similar a la de sus novelas. El oficio de novelista se advierte en la medida dosificación de los materiales con los que construye el relato: la anotación sintética de impresiones del viaje, anécdotas ligeras, detalles reveladores, confesiones autobiográficas, o diálogos breves le sirven para descargar la densidad del discurso especulativo, reflexivo, el debate de ideas o el torrente confesional que se impone en otras ocasiones.
Recurso narrativo central es la creación de personajes con una funcionalidad muy marcada. A lo largo de todos los viajes, las conversaciones con sucesivos interlocutores, informantes, compañeros de viaje es fundamental en la construcción de una imagen contrastada del país por el que viaja y en el intento por vencer la alteridad con Oriente. Por otra parte, el diálogo es un recurso objetivador que coloca al escritor viajero en un segundo plano. La recreación de anécdotas más o menos pintorescas y la incorporación de breves diálogos sirve para aligerar la narración en determinados momentos, y el discurso se salpica reiteradamente de coletillas coloquiales y frases hechas: «Naturalmente», «No faltaría más», «¿comprendes?», «¡hélas!».
Pero el interés de los personajes no queda limitado a esta presencia anecdótica. Estos se constituyen en informantes y guías, responsables fundamentales del aporte documental, que queda así incorporado a la misma narración de las circunstancias del viaje. En el relato son varios los que adquieren importancia semántica y estructural. El escritor configura los rasgos psicológicos e ideológicos fundamentales de su personalidad, les da protagonismo y les concede voz relevante en el discurso. A lo largo de sus relatos de viaje se advierte una elaboración cada vez más eficaz de los caracteres. En el primer viaje en un barco mercante (Personas, ideas, mares), los tripulantes son necesarios compañeros constantes de singladura y, sin embargo, sus figuras aparecen desdibujadas, protagonizan alguna secuencia, pero su significación estructural y discursiva es menor, sobre todo porque son «personas reales». En cambio, a partir sobre todo de En Asia se muere bajo las estrellas, y de forma más acusada en los cuatro últimos libros, un número significativo de personajes se van sucediendo como recursos ficcionales de extraordinario rendimiento, sin menoscabo de que en su origen la mayoría tuviera una entidad real. El autor se sirve de ellos para la exposición dialéctica, el debate de ideas y al servicio del perspectivismo.
Técnica habitual será la de reproducir sus opiniones en largos parlamentos entrecomillados, incorporados en estilo indirecto o en indirecto libre. Así, por ejemplo, en El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar crea la ficción de dos viajeros, el uno inglés y el otro francés, entidades puramente literarias que protagonizan un irónico desencuentro dialéctico entre la cultura anglosajona y la mediterránea. Las posiciones de israelíes y palestinos, o la comprensión fanatizada frente a la tolerante del islamismo igualmente cobran encarnadura en personajes que sostienen posiciones contrarias. En El escándalo de Tierra Santa, los sucesivos interlocutores representan experiencias religiosas contrapuestas que le sirven de escalones en su búsqueda agónica. En este relato destaca sobre todo Salvio Royo, personaje contradictorio, exjesuita que ha abandonado la fe sin los aspavientos existenciales del escritor, con una novia judía totalmente despreocupada del plano trascendental de la vida y, en buena medida, contrafactura irónica del propio escritor. Esta pareja aparecerá también en el último libro, El escándalo del islam, aunque con un grado de significación menor. Un lugar común en la mayoría de sus viajes será la visita a las misiones religiosas, sobre todo de jesuitas y en menor medida dominicos quienes, por su larga estancia en países orientales, sirven de vínculo entre Oriente y Occidente, le ayudan en la superación de la alteridad, además de ser interlocutores idóneos en su debate religioso. Una mayoría de ellos es ajena a la experiencia directa de la dictadura española, circunstancia que permite, como hemos señalado antes, introducir debates comprometidos con la censura ante los que el escritor prefiere situarse en un plano de mero observador.
En la alternancia entre egocentrismo y alteridad, la elaboración de personajes permite al viajero desplazarse a un segundo plano de observador y dar paso al conocimiento de la realidad externa en toda su complejidad y contradicciones. La abundante documentación a menudo se disfraza de opinión, o debate de ideas, lo que le permite servir la información fuertemente contrastada y al servicio de un perspectivismo que evita la visión sesgada o parcial. Por último, la abundante presencia de personajes es síntoma también del interés del autor por lo social y cultural, por la comprensión del «alma humana», antes que, por la descripción de arquitectura, geografía, etc., asuntos relegados a un plano muy secundario en el conjunto de la obra.
Hay que señalar también que la distancia entre la realización del viaje y su escritura posterior favorece el proceso de ficcionalización en la reelaboración de la experiencia viajera. El viajero apenas ofrece marcas metatextuales relativas a la escritura. Solo en el primer relato se muestra escribiendo en el tiempo que dura el viaje en barco, lo que condiciona un modelo diarístico de apariencia más espontánea. Es el único libro en el que las marcas temporales son explícitas en la relación de los días a bordo. En los demás casos la escritura es posterior al viaje, a veces con años de por medio, como El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar, escrito en 1974 sobre un viaje realizado en 1970. Las indicaciones de las fechas de escritura al final de sus relatos señalan que su realización suele ser inmediatamente posterior al final del recorrido, pero también son significativas del largo proceso de elaboración; El escándalo de Tierra Santa fue «empezado el 29 de junio de 1975» y terminado «el 7 de abril de 1977» (Gironella 1977Gironella, José María. 1977. El escándalo de Tierra Santa. Barcelona: Plaza & Janés., 622), El escándalo del islam se escribe entre «el día 1 de marzo de 1980 y el 24 de diciembre de 1981» (Gironella 1982Gironella, José María. 1982. El escándalo del islam. Barcelona: Planeta., 504). Apenas hay referencias a los materiales previos de los que se ayuda en la escritura. Sin embargo, la ausencia de marcas concretas de apuntes durante el viaje no impide adivinar una exhaustiva anotación de los detalles, hasta de los más mínimos, en el esfuerzo por construir un relato minuciosísimo que quiere dejar constancia de una experiencia completa. El escritor ofrece a la vez el resultado del viaje y el proceso del mismo; me refiero sobre todo a la reconstrucción narrativa de todas las largas conversaciones en las que se documenta su conocimiento de los países, el detalle de pequeños pormenores que recrean la vivencia del viaje, las fiestas, comidas, encuentros, charlas telefónicas, invitaciones, atuendo con el que asisten a una comida, todo. El resultado de esta amplificatio es una cierta hiperinflación del relato. Se adivina la actitud del novelista cuidadoso de ofrecer una impresión de verosimilitud absoluta, de cosa vivida en su totalidad. Algo a lo que contribuye también el uso de un tiempo presente en el discurso que ofrece al lector un efecto de inmediatez, de asistir directamente a la experiencia del viaje.
El proceso de ficcionalización se manifiesta también en la evidencia de que se trata de relatos con una elaboración muy calculada en torno a una intención única, lo que los sitúa en el extremo opuesto del fragmentarismo que presentan otros modelos construidos sobre la suma de crónicas. En Personas, ideas, mares, la unidad viene determinada únicamente por la articulación cronológica y espacial del viaje. Pero en los que le siguen, por encima del recorrido se superpone otro discurso que define la unidad final del relato del viaje abriéndolo a otras semánticas más complejas. Así, El Japón y su duende expresa la progresiva superación de la alteridad que transcurre, desde el rechazo inicial, al atisbo de la belleza íntima del Japón con la ayuda de su guía japonesa. En Asia se muere bajo las estrellas esta dialéctica de la alteridad se hace más compleja y contradictoria al sumarse a otros debates entre capitalismo y comunismo, colonialismo o valores autóctonos, civilización occidental o filosofía oriental. En El Mediterráneo es un hombre de mar elabora un discurso dialéctico entre el mundo clásico mediterráneo, base de la verdadera cultura en el imaginario habitual del franquismo9
Otra circunstancia que define sus relatos es el hecho de construirse sobre una abundante documentación que desvela muchas lecturas, a veces incorporadas explícitamente al texto en citas entrecomilladas. La intertextualidad es un rasgo característico del género, ya que el relato se nutre de la experiencia del viaje, pero también de cuantas fuentes anteriores haya considerado el autor. Gironella cita guías de viaje, ensayos, obras literarias relevantes para él, así como otros relatos de viajeros que le precedieron10
La mirada que el viajero proyecta sobre el espacio recorrido nunca es inocente, siempre está condicionada por sus lecturas, por su bagaje cultural, del mismo modo que el espacio no es una entidad neutra, sino viva, con una semántica con la que el viajero establece una dialéctica. Esto se refuerza sobre todo en los viajes por el cercano Oriente, por el Mediterráneo que «es mar clásico» (Gironella, 1974Gironella, José María. 1974. El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar. Barcelona: Plaza & Janés., 18), núcleo de la civilización occidental y, por lo tanto, sobrepasa su condición geográfica en cuanto concepto cultural, palimpsesto de discursos que se le manifiestan al viajero desde la más remota antigüedad. A la acusada alteridad de los viajes asiáticos le sustituye en el cercano Oriente una enriquecida intertextualidad derivada de la conciencia de encontrase ante lo propio, ante las raíces del ser occidental que le atañen.
Por último, la motivación del viaje y el medio de transporte utilizado dan lugar a algunos perfiles diferenciados del relato, dentro de los parámetros unificadores señalados. Por ejemplo, en los viajes en avión no se cuenta el viaje en sí, sino los destinos a los que llega, con lo que mayoritariamente se constituyen como libros de estancias. Por el contrario, en los dos viajes realizados en barco asistimos al relato del propio viaje, sobre todo en el primero, realizado en un carguero sin apenas escalas en puerto, con lo que la monotonía de la navegación da lugar a un mayor espacio para la introspección. Y también para la contemplación; contraviniendo su explícito desinterés por lo descriptivo, la mirada se remansa y da lugar a la pintura de espacios y sensaciones. Más aún, en El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar, el escritor sorprende con el dedicado cultivo de una imagen irracionalista, a menudo emparentada con la greguería que, por lo inusual en su estilo, merece siquiera una mención12
En conclusión, Gironella experimentó a su manera con el género de viajes, unificando la atención prioritaria al otro, sobre todo en la remarcada alteridad de los viajes por el lejano Oriente, con la escritura narcisista del escritor que en el viaje se transforma y busca reconocerse a sí mismo. En todos sus relatos está filtrada de manera inequívoca su personalidad egocéntrica. Hay una fuerte impronta de verdad, de sinceridad en el tono confesional que adopta, en la necesidad de exponerse ante sus lectores, aunque inevitablemente en la escritura está construyendo de manera consciente la imagen que quiere reflejar. En el marco del tardofranquismo, sus relatos revelaron al lector español la cultura oriental, tan ajena a las experiencias propias. De modo que lo exótico de sus destinos, la posición abierta desde la que trata de comprender al otro y la exigente complejidad desde la que lo aborda explican el interés de los lectores por sus viajes. Su apuesta por lo narrativo, en una construcción casi novelada del viaje consiguió llegar a un público muy amplio y elevó el reconocimiento del género de viajes al mismo nivel que la ficción de sus novelas.