1. INTRODUCCIÓN: EL PACTO EPISTOLAR EN LAS CARTAS DE JORGE GUILLÉN A SU HIJA
⌅Jorge Guillén consagró una parte importante de su larga vida a una incansable e ingente actividad epistolar De hecho, muchas de sus cartas han sido reunidas en epistolarios y correspondencias publicados a lo largo de los años, como, por ejemplo, los que recogen el intercambio epistolar de Guillén con Américo Castro, Pedro Salinas, Juan José Domenchina, Jean Cassou, Piero Bigongiari, Oreste Macrí, Leonardo Sciascia, y un largo etcétera. Dentro de su entorno familiar, amén de las cartas a su primera esposa, Germaine, hay una persona que brilla con luz propia y con la que Guillén mantuvo una correspondencia a lo largo de muchas décadas: su hija Teresa, fruto del matrimonio con Germaine. Es en esta correspondencia inédita, y aún no publicada, de más de mil cartas, en la que se va a centrar el presente artículo1
El estudio de la poética del género epistolar implica profundizar en aquella característica dominante que da razón de ser de este género y que tendrá manifestaciones y dimensiones propias en cada correspondencia. Nos estamos refiriendo al pacto epistolar2
2. EL PACTO EN EL NIVEL PRAGMÁTICO: PRIMERAS MANIFESTACIONES DE UNA SINGULAR IDENTIDAD NARRATIVA
⌅El contrato implica que el autor, narrador y personaje de la carta coinciden en una misma identidad, la del autor, Guillén, que tiene una realidad empírica y referencial. En igual medida, este contrato implica también que el receptor y narratario de la carta coinciden en una misma identidad, la del destinatario, asimismo con dimensión extratextual. En el caso de esta correspondencia específica se tratará de Teresa la mayoría de las veces, pero también del marido de esta, Stephen Gilman, o de los hijos de ambos, nietos de Guillén, sin olvidar a Claudio, hermano de Teresa, a quien se dirige en alguna ocasión. El pacto remite, por consiguiente, a una cuestión de identidad que tiene su clave interpretativa en el nombre propio. En efecto, en toda carta y con mayor razón, en toda correspondencia, el autor se dirige específicamente a un destinatario, o a un conjunto de destinatarios, como es habitual en el caso de las cartas de Guillén cuando las envía a toda la familia. Dentro del propio texto epistolar, si se exceptúa el sobre que contiene la carta, la identidad del autor se concentra en el nombre propio que aparece en la firma. Esto quiere decir que la cuestión identitaria pasa, en primer lugar, por el nombre, que, como bien explica Lejeune es «a la vez textual e indudablemente referencial. […] no tenemos, por lo tanto, razón alguna para dudar de la identidad» (Lejeune 1994Lejeune, Philippe. 1994. El pacto autobiográfico y otros estudios. Madrid: MEGAZUL-ENDYMION., 75). No es, de ningún modo, una cuestión ajena al propio Guillén, y menos aún una cuestión baladí, porque en uno de sus poemas se plantea preguntas de suma trascendencia, relativas al nombre: «Sin embargo me digo: ¿Quién seré? / ¿La identidad persiste en esos cruces / Del vivir? / Yo me siento responsable. / Doy la cara, la firma. ¿Soy mi nombre? / Vivo siendo en un ser itinerante.» (2008bGuillén, Jorge. 2008b. Aire nuestro: Homenaje. Y otros poemas. Final. Barcelona: Tusquets editores., 1239).
Precisamente, la fragmentariedad propia del género epistolar y el decurso temporal de una correspondencia mantenida a lo largo de décadas, permiten mostrar de una forma más clara cómo es esa itinerancia del ser de Guillén en su firma, que no es otra cosa que «la afirmación de la individualidad que emerge en forma de patronímico»3
Son varios los rasgos que marcan el final de una carta: el retorno del tema principal, el recuerdo del peso de la ausencia, la alusión a un próximo reencuentro, a un retorno que siempre se desea o se exige que sea inmediato, el deseo de abolir toda distancia geográfica o temporal […]. El final de la carta es casi siempre el lugar de la exacerbación de los sentimientos, es el momento en que cesa la ficción de la presencia y la ausencia se convierte en realidad (1998Grassi, Marie-Claire. 1998. Lire l'épistolaire. Paris: DUNOD., 41-42)4
Si bien no es posible detenerse en cada uno de estos aspectos, en sus cartas, Guillén deja huellas y pistas reveladoras de una personalidad y, por tanto, de una identidad con matices muy ricos. Así, en carta del 25 de enero de 1949 dirigida a sus hijos, la concentración de sus sentimientos es evidente, pero sin duda, acompañada de un sentido del humor muy característico en este epistolario: «Adiós. Os abraza a todos; y besa a casi todos / vuestro, / Jorge». El uso del posesivo acompañando al nombre es una estructura reiterativa en sus cartas, que pone de relieve una y otra vez, la constatación de un vínculo y una pertenencia: vínculo y pertenencia a su familia y a cada uno de sus miembros personalmente.
Para todo epistológrafo, la carta posee un poder dual antitético porque es manifestación de una presencia, la de los seres queridos en el caso que nos ocupa, y al mismo tiempo, es signo de una ausencia, punto de partida de toda situación y enunciación epistolares. Por esta razón, en las cartas, Guillén se va a esforzar por abolir esa ausencia, por exorcizarla a fuerza de cariño y sentimientos de ternura y amor. Ese es el efecto que produce la repetición, que pretende intensificar por la escritura un hondo sentir: «Muchos besos, muchos abrazos. Os quiere a los cuatro, te quiere a ti, hija, hija, hija, vuestro / Jorge» (Carta del 16 de agosto de 1951, dirigida a su hija, su yerno y sus nietos). Junto a la intensificación de los afectos y su intensidad en la escritura, el fino humor guilleniano vuelve a hacer acto de presencia, a través de la gradación, que es manifestación de una diferenciación en la plasmación del cariño, según se trate de su hija, su yerno o sus nietos: «¡Qué ganas de veros! Abrazos a los cuatro. Besos a los tres. Besitos a los dos. / Vuestro / Jorge» (7 de diciembre de 1952).
Intensidad del cariño, sentido del humor, ciertamente; pero también en esta parte final de las cartas, Guillén va dejando más rastros de su identidad, sin olvidar los signos anteriores. Como muestra, esta despedida de la carta del 28 de junio de 1953; de nuevo, dirigida a su hija Teresa, su yerno y sus nietos: «Os quiere, os necesita, os abraza el Abué –o sea, el papy de la mamy– o sea, el “Poeta Cenado” / Jorge». En esta ocasión se centra más en sus destinatarios más pequeños y adopta un lenguaje y un registro adaptado a ellos, sus nietos. Pero al mismo tiempo, se produce un desdoblamiento del nombre. Ya no es solo «Jorge», sino que, además, es el «Abué» (también, el «papy») y es el «Poeta» («Cenado», para dar pistas sobre el momento del día en que ha llevado a cabo la actividad epistolar). Son estos dos aspectos los que interesa destacar. Por una parte, quiere manifestarse con el nombre por el que le conocen sus nietos pequeños, a quienes se dirige, y que es el nombre por el que ellos le llaman. No se trata de una sustitución, sino de un aspecto más específico de su existencia vital –es abuelo– y con el diminutivo infantil, que, dicho sea de paso, mantendrá durante todo el resto de su vida, acentúa el carácter y el vínculo emocional. A esto hay que añadir que también es padre y quiere que sus nietos no pierdan de vista este aspecto tan importante y tan ligado al anterior. La elección del diminutivo afectivo mantiene el tono de la ternura y el vínculo emocional. Por otra parte, es el «Poeta» y no puede dejar de serlo, ni siquiera en una carta, porque es una dimensión característica de su existencia. Carlos Marzal subraya y destaca lo siguiente, en su artículo «El “caso” Cántico y el imperio de lo real»:
Ser y existir son dos verbos sinónimos en la poesía de Cántico […] Estas palabras constituyen toda una declaración de principios, toda una profunda concepción del mundo. Ser equivale a existir, existir equivale a estar, y todo ello otorga el preciado valor a lo real (2003Marzal, Carlos. 2003. «El “caso” Cántico y el imperio de lo real». En Nuestros Premios Cervantes: Jorge Guillén, editado por Francisco Diaz de Castro, 108-125. Valladolid: Universidad de Valladolid., 120).
Dicho de otro modo, aplicándolo a las cartas, a través de estas fórmulas de despedida, a través de la firma, va dejando muestras de que en él convergen y se imbrican formando una unidad, lo que es y quien es; con otras palabras, su vida personal y su actividad vital, profesional: la poesía. Conviene señalar otro aspecto que apuntala esta idea: la elección de las mayúsculas, como forma de reforzar su personalidad identitaria.
En efecto, este desdoblamiento «no cambia en absoluto la identidad» (Lejeune 1994Lejeune, Philippe. 1994. El pacto autobiográfico y otros estudios. Madrid: MEGAZUL-ENDYMION., 62); al contrario, con cada uno de estos nombres se está manifestando tan auténtico como con el nombre de pila. Aunque hay epistológrafos que tratan de ausentarse y marcar la distancia «a través de figuras sustitutorias como pueden ser […] los seudónimos u otras estrategias enunciativas»5
Aun cuando las cartas pertenezcan al «reino de lo discontinuo», tal como lo expresó Benoît Melançon (1996Melançon, Benoît. 1996. Diderot épistolier. Contribution à une poétique de la lettre familière au XVIIIe siècle. Montréal: Fides., 48), si se lleva a cabo una lectura seguida de las cartas en su conjunto y no aisladamente, entonces estas «se transforman objetivamente: adquieren una vida y un ritmo y un tiempo propios, diferentes del que marcó a cada una de las cartas» (Soria Olmedo 1992Soria Olmedo, Andrés. 1992. «Dos voces a nivel». En Pedro Salinas / Jorge Guillén. Correspondencia (1923-1951), editado por Andrés Soria Olmedo, 9-36. Barcelona: Tusquets editores., 13). Expresado de otro modo, en esta correspondencia, al igual que en todos los epistolarios, nos enfrentamos a «un juego complejo entre mismidad e ipseidad» (Ricoeur 2000Ricoeur, Paul. 2000. La memoria, la historia, el olvido. Traducido por Agustín Neira. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina., 111). En cada carta se van sucediendo los «yo» del autor, que encuadrados en la situación espacio-temporal determinada, individual, propia de cada carta, proyectan una «identidad-mismidad» concreta, como una foto fija, en la que sobresalen rasgos estáticos, permanentes. Sin embargo, al analizar a Guillén en su correspondencia con Teresa y familia, se observa cómo esa «identidad-mismidad», se va convirtiendo en «ipseidad», o «identidad-ipseidad», al entrar en dialéctica elementos constantes y variables, que no se pueden apreciar al tomar cada carta por separado7
Ahora bien, hablar del pacto epistolar como contrato de identidad en movimiento, supone dar un paso más y especificar algunas cuestiones relativas a esta identidad. Si en las cartas estamos viendo a un Guillén que trata de unir en su yo, su propia vida y su dimensión como poeta, es decir, que lo está haciendo a través de la escritura, en primera persona, además, entonces es imprescindible la acción de contar, de escribir las cosas relativas a su vida. Como bien explica Lejeune, todos somos «hombres-relato» (2005Lejeune, Philippe. 1994. El pacto autobiográfico y otros estudios. Madrid: MEGAZUL-ENDYMION., 38) y, por tanto, en la identidad no se puede olvidar un aspecto: se trata siempre de una identidad narrativa, según Ricoeur, que es quien acuñó el término y el concepto9
Para llegar a conseguir esa unidad, o mejor, para conseguir mantener esa unidad, que el pacto posibilita, es imprescindible que cada corresponsal establezca unas cláusulas específicas. No es que Guillén, en una carta determinada, explique y concrete en qué va a consistir la dinámica de escritura entre él, Teresa y el resto de la familia, sino que se puede inferir del conjunto de la correspondencia. De entre estas cláusulas, destacaremos dos. En primer lugar, las que hacen referencia a la frecuencia epistolar. De hecho, muy pronto ya, Guillén quiere ir dejando claro que el flujo de cartas va a ser constante. Lo expresa de esta manera: «Me temo que estas líneas no lleguen antes del lunes. No tengo nada urgente que deciros. Pero no me gusta que Teresa no encuentre con la frecuencia debida la voz que espera de Wellesley»10
Conviene puntualizar, además, que la frecuencia con la que escribe no es solamente para tratar de «dialogar» con su hija. Hay un sentimiento profundo en todo ello. La carta es una auténtica necesidad para él: «Repito lo que te dije en mi carta última de París: te he escrito no sé cuántas veces durante estas últimas semanas. Lo hago porque necesito escribirte…»11
Sin embargo, el 7 de noviembre de 1979, en los últimos años de su vida, especifica el lapso de tiempo de esta frecuencia epistolar: «Escribo cada ocho días». Se podría pensar que, al ser ya muy mayor, la regularidad y constancia mantenidas por Guillén a lo largo del tiempo, habrían disminuido. Nada más lejos de la realidad. Si se tiene en cuenta que, para él, la carta es como la respiración: «Por fin llegó una carta tuya, y respiré a gusto» (7 de agosto de 1960), o como el alimento: «Estaba hambriento de vuestras noticias. Hoy ha llegado la carta de Teresa» (29 de septiembre de 1966); es decir, que la carta es lo que le da vida, entonces se comprende que esta frecuencia deba ser constante, abundante. Si no, su vida se apaga. Por consiguiente, no solo es que él escriba cartas, sino que también quiere recibirlas con la misma frecuencia. De hecho, lo va insinuando y sugiriendo en cada carta, al poner en evidencia la importancia que tienen para él. En efecto, el flujo de la vida debe correr en los dos sentidos: de Guillén hacia sus hijos (y nietos) y de los hijos (y nietos) hacia Guillén.
Evidentemente, el concepto guilleniano de vida, sobre todo en materia epistolar, no se agota en estas pinceladas. Se podría destacar un aspecto más, que también va a contribuir a la intensificación de la frecuencia epistolar: la carta es el medio para exorcizar la soledad y para ahuyentar la ausencia. La carta va a contrarrestarlas y, por ende, la necesidad de recibir cartas vuelve a incidir en la cláusula de la frecuencia. La insistencia de Guillén es evidente en este punto. El imperativo destacado con el subrayado no deja lugar a dudas: «Sigue escribiéndome Teresa. Acompáñame12
Como no puede ser de otra manera, si la carta es metáfora de la vida, todo aquello que suponga un obstáculo a esta vida, al flujo de vida que él da y que recibe en cada carta, o que le imponga unas restricciones o limitaciones, deberá ser justificado. De lo contrario, se desencadena la crisis y entonces la angustia aparece. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando la extensión de la carta no es la que él había previsto en un principio: «Queridos: Me angustia hoy particularmente la falta de tiempo. No puedo escribiros la carta gustosa que me habría complacido redactar ahora» (17 de febrero de 1961). El principal problema ha surgido ante la fata de tiempo. La urgencia por echar la carta al correo con el fin de que salga el mismo día, le lleva a acortar la extensión: «[…] dejo para otra carta el relato de mi visita a Nueva York […]. Quiero que salga esta carta esta noche» (6 de enero de 1954). A los inconvenientes del tiempo, hay que sumar también los de la falta de papel: «Os escribiré prontísimo. Se me acaba el papel» (7 de noviembre de 1964). En casos como estos, no solo se impone una justificación, sino que esta va acompañada de una promesa, el anuncio de una nueva carta. Aplicándolo a la escritura epistolar, podemos afirmar con Francisco Javier Díez de Revenga, que «Guillén traza sus versos con el pulso firme de una actitud vitalista que defiende, ante todo, la vida y su realidad. […] contribuye a concebir esa esperanza siempre presente, nunca perdida, en la vida y en su sentido, por más que el poeta sienta, a veces, miedo, temor, ira» (1993Díez de Revenga, Francisco Javier. 1993. Jorge Guillén: el poeta y nuestro mundo. Barcelona: Anthropos., 73). El mismo Guillén lo corrobora: «No es que se acepte el don de vivir. Sobre todo se practica la voluntad de vivir» (1969Guillén, Jorge. 1969. El argumento de la obra. Barcelona: Ocnos/Llibres de Sinera., 89); una voluntad manifiesta en esa regularidad y constancia de la frecuencia epistolar.
En efecto, esta frecuencia del cartearse con su ritmo propio, va creando, progresivamente, ese fondo vital y esa unidad en todo su epistolario y así, se va configurando la identidad narrativa de Guillén. Pero, para él, no es suficiente. Se precisa una segunda cláusula en el pacto que él establece con sus destinatarios. En este caso, apunta al contenido y lo hace de forma explícita y muy directa: «¡Te lo cuento todo!», exclama en la carta que dirige a Teresa el 24 de octubre de 1959. Si bien era una cláusula que respetaba y seguía de forma natural y que no necesitaba precisar, en el momento del reproche y cierta acusación velada de abandono, por parte de su hija, ve la necesidad, no solo de defenderse, sino de proclamar enérgicamente la importancia de esta cláusula. De hecho, en varias ocasiones, vuelve a insistir en este aspecto. El 7 de mayo de 1961, como cierre de carta, antes de la despedida, tras haber realizado el relato completo de todos los hechos personales acaecidos en los últimos días, confirma lo que era su forma habitual de proceder: «Os lo he contado todo». De alguna manera, con esa fórmula, que admite variantes diferentes, pretende sellar lo que es su testimonio vital en la cotidianeidad, plasmándolo a través de las palabras. La idea de totalidad, de no reservarse nada, de no dejar recovecos ocultos, subyace en toda la correspondencia. Por eso, vuelve a insistir de nuevo en este aspecto, en carta escrita el día 17 de septiembre de 1968: «Siempre os he tenido al corriente de nuestra vida y su tranquilo movimiento»13
En realidad, con esta última cláusula, Guillén nos introduce de lleno en el nivel discursivo semántico, donde el pacto epistolar adquiere nuevas matizaciones, tan enriquecedoras para el proceso identitario de nuestro autor, como las que sugiere el pacto en el nivel pragmático. Si las palabras, tal como las definía Marc Fumaroli, son «los rasgos del propio yo que van a imprimirse más profundamente en el alma del amigo»15
3. EL PACTO EN EL NIVEL SEMÁNTICO: CONSOLIDACIÓN DE LA IDENTIDAD NARRATIVA DE GUILLÉN
⌅Cuando nos adentramos en esta correspondencia, comprobamos cómo Guillén se muestra sumamente riguroso en lo que toca a este punto de la verdad. La carta que dirige a sus hijos el 16 de enero de 1948, marca el rumbo que hay que seguir, puesto que explica cuál es el motor de toda su vida y cuál es el objetivo hacia el que se encamina. Haciendo un balance de lo que ha sido su vida junto a Germaine, fallecida hacía poco, lo expone sin ambages, de forma enérgica y con absoluta clarividencia:
¿Y cómo hemos vivido? Muy sencillo: en amor y en verdad. Me importa subrayar el segundo término. Con vuestra madre hemos vivido siempre, siempre, día por día […] al nivel supremo que es el nivel de la verdad. […] (la verdad es en definitiva un régimen riguroso) […] Sí, ese es uno de los aspectos de mi balance: la verdad. Mi madre vivió así. No hay duda alguna: es el vivir supremo (¡Qué suerte la mía!)
Una primera cuestión llama la atención: Guillén pone al mismo nivel en la balanza de su vida, el amor y la verdad. Sin embargo, el propio hecho de subrayar la palabra «verdad» aporta una intensidad mayor. Quiere mostrar a sus hijos, incluso de forma gráfica, hasta qué punto es esencial para él, que toda su existencia se adecúe a ella, que todo gire en torno a ella. Solo así se llegará al amor. La verdad será, por tanto, su particular Estrella Polar. Sabe que esto conlleva un elevadísimo nivel de exigencia y un compromiso diario del que no quiere evadirse. Asimismo, al asumir este compromiso queda engarzado en la tradición familiar, se convierte en un digno heredero de su madre y, al honrarla, alcanza las cotas más altas de su existencia. Es, sin lugar a dudas, un asunto de primer orden, que adquiere resonancias de estos versos de Cántico: «Y en el centro me sitúe / De la verdad» (Guillén 2008aGuillén, Jorge. 2008a. Aire nuestro: Cántico. Clamor. Barcelona: Tusquets., 536). Pero, además, ya no es que trate de regir su vida según los parámetros de la verdad, que obliga siempre a mantener un alto grado de rectitud, sino que sus propias palabras son verdad. La relación profunda entre palabras, vida y verdad se hace presente una vez más. Implícitamente va poniendo de relieve un aspecto fundamental de su pacto epistolar, que se irá concretando en este nivel semántico: el «pacto de verdad»16
Aunque parezca que se trate de dos conceptos diferentes, en el fondo los dos aluden a la gran cuestión de la verdad; el primero se concentra en el propio contenido; el segundo, en cambio, desliza el foco hacia las «virtudes de la verdad», utilizando la expresión de Bernard Williams18
Son muchos los autores que se han detenido a profundizar en ella. En concreto, para Catherine Coquio, la aproximación a este tema de la verdad se puede hacer desde dos perspectivas diferentes: en tanto «contenido de conocimiento que depende del lenguaje», o como «valor de vida que compromete a una palabra»19
De hecho, en referencia a este tipo de escritos autobiográficos, Tzvetan Todorov establece una diferencia muy acertada entre, lo que él denomina «la verdad de adecuación», es decir, cuando existe una correspondencia exacta entre el pensamiento y la realidad y «la verdad de descubrimiento (o de revelación) que permite captar y quedarse impresionado ante el sentido de un acontecimiento»20
Teniendo todo esto en cuenta, entonces, podremos entender lo que es el pacto de verdad o pacto de sinceridad para Guillén. Él va a contar a sus destinatarios su propia verdad, su verdad más íntima, aquello que da cuenta de él, que toca a su ser más profundo. Como bien señalaba Antonio Piedra, «el poeta elige su verdad» y es esta la «que determina su ética» (1989Piedra, Antonio. 1989. «Introducción». En Final, de Jorge Guillén, 7-56. Madrid: Castalia., 43). Pero, además, Teresa y el resto de la familia, aceptan ese contenido como verdadero, en virtud de la relación de confianza existente. Ahora bien, antes de entrar propiamente en el contenido concreto de esa verdad, conviene no perder de vista que está estrechamente vinculada a la realidad. En el caso de Guillén es el punto de partida necesario para poder entender el alcance del epistolario con su hija. Para este autor, la verdad siempre es «afirmación de la realidad» (Guillén 1969Guillén, Jorge. 1969. El argumento de la obra. Barcelona: Ocnos/Llibres de Sinera., 86); más aún, es plenitud de realidad, o dicho con sus palabras, «realidad plenamente asumida» (1969Guillén, Jorge. 1969. El argumento de la obra. Barcelona: Ocnos/Llibres de Sinera., 88), ante la que se asombra y se extasía: «La verdad embelesa a los albores» (Guillén 2008aGuillén, Jorge. 2008a. Aire nuestro: Cántico. Clamor. Barcelona: Tusquets., 316). En efecto, en las cartas siempre vamos a encontrar, siguiendo a Oreste Macrí, esa simbiosis de «realidad-verdad dentro del Ser que aspira a estar (a ex-sistere con la voluntad activa a la raíz de lo humano, de lo divino y de lo natural unidos)» (Dolfi 2004Dolfi, Laura. 2004. «Estudio preliminar. Jorge Guillén e Italia». En Cartas inéditas (1953-1983), de Jorge Guillén y Oreste Macrí, XV-CXLI. Valencia: Pretextos., CXI). Por esta razón, para entender cuál es la verdad íntima sobre Guillén que vamos a encontrar en las cartas, tendremos que centrarnos en aquellos aspectos de la realidad, presentes, constantes y abundantes, en el decurso temporal de este epistolario, extraídos de una lectura atenta y detallada. Esto nos lleva a detenernos en varios bloques temáticos que, cuantitativamente, son los que mayor volumen ocupan. Bien es cierto que las líneas temáticas de este epistolario son muy numerosas y tan variadas como la vida misma, porque esa es precisamente una de las características del género epistolar. Pero en estas cartas a Teresa y familia, hay una serie de temas que son ineludibles. Entre ellos, hemos destacado dos bloques. El primero engloba todo lo que afecta a las cuestiones familiares propiamente dichas; muy vinculado a este tema, aparece el de la amistad, que, a menudo, no se puede separar de la faceta profesional de Guillén. Por supuesto, un segundo bloque se centra en el gran tema de la poesía, que ocupa un lugar muy destacado, como también todo lo relacionado con ella, ya sean proyectos editoriales, profesionales, éxitos, reconocimientos y tantos otros aspectos.
3.1. La familia y los amigos: primer pilar esencial de la identidad de Guillén
⌅Cuando se efectúa una lectura pormenorizada de este epistolario, se observa cómo la repetición de ciertas ideas en cartas distintas, de distintos meses o años, contribuye a crear una suerte de estribillo, como una melodía que actúa a la manera de un recordatorio, y que va dejando una huella en la conciencia de los destinatarios. Una de estas melodías, de estos estribillos, adquiere una fuerza más intensa en los últimos años de la vida del poeta. En esta época no se cansa de hacer hincapié, como si tratara de efectuar un balance de lo que ha supuesto su vida, en cuáles son los pilares sobre los que ha pivotado y sigue pivotando esta, su existencia entera. A veces lo expresa exponiendo dónde se encuentra el culmen de la felicidad (la suya y la de Irene, formando una unidad): «Para ser del todo felices no nos falta más que vuestra compañía». Se trata de una carta escrita el 3 de junio de 1966, desde Nerja. Es indudable que la compañía de su familia es algo esencial para alcanzar ese grado de felicidad máxima. Pero conviene fijarse, además, en un detalle, que puede pasar desapercibido y que, sin embargo, es de suma importancia. Es el relativo a la localización espacial. En esos momentos se encuentra en Nerja. Ha regresado a España para pasar una temporada, lo que se convertirá en algo definitivo cuando compre un piso allí y se instale para pasar los últimos años de su vida. Ese regreso a España le suscita una honda emoción y no puede negarlo. Es parte del estado de felicidad al que alude. Eso sí, solo es una parte. El todo solo puede ser alcanzado gracias a la familia.
Sin embargo, a lo largo del año 1980, el estribillo no cesa, esta vez, añadiendo algunas variaciones, que explican de forma global y unitaria, el sentido de una vida y las bases que la sustentan. En definitiva, estas variaciones, ya constantes, como un leit-motif, son la razón de la plenitud de su ser. En la carta del 10 de febrero de 1980, escribe a Teresa, con ese toque de humor tan guilleniano, su jerarquía particular de lo que es importante para él: «Bueno, a mí lo que más me importa de todo: mi mujer, mis hijos, mis nietos y sus consecuencias. Y también, excelentes amigos». Pero unos meses más tarde, añade otro elemento más a esa jerarquía, que, de esta forma, se va completando y tomando una forma más definitiva: «[…] ha concluido casi la revisión de esa última serie de Aire Nuestro. Eso es lo que sobre todo me importa: acabar en volumen impreso mi Obra (!) que yo llamo sinceramente mi Tentativa poética». Y en esa misma carta, por vía negativa, destaca el elemento que falta, lo que no tiene en ese momento con él, su familia: «¡Qué lejos están mis hijos!» (22 de octubre de 1980).
No va a dejar de insistir en este aspecto y, a modo de legado, como si fuese parte de su testamento vital, repite incesantemente esta idea en las cartas de los últimos años. Así, el 3 de octubre de 1982, vuelve a poner en primer plano, estableciendo el orden de sus prioridades, la capitalidad de la familia: «Y ante todo, mi mujer y mis hijos. Y lo demás, después». Ya solo el hecho de la existencia de su familia, de que es real; más aún, el hecho de que se trata de una familia unida, se presenta ante los ojos y ante la conciencia de Guillén con una dimensión luminosa, con un halo de luz que irradia todo su ser y, por tanto, es motivo de poesía. Y, como no podía ser de otra manera, dejará grabado a fuego, plasmado en poemas, con toda la fuerza expresiva de la palabra creadora y de las imágenes, el amor que le inspira su familia, inseparable y siempre unido a su dicha y su gozo por un sentimiento de pertenencia que le aporta un dinamismo y una fuerza que le conduce a la plenitud de su ser. De ahí que se sienta removido y conmovido en lo más profundo de sí mismo:
Allí –sin más leyenda que esa realidad ya tan real que parece ilusión– se reúne, unido por el amor, un grupo no fantástico. / ¿Una tribu, un clan? No tanto. Las sangres enlazan cuatro generaciones, y esas corrientes ocultas asientan así efectivo fundamento. / Se oyen varios idiomas, quizás una voz vehemente. ¿Se enfada? Se expresa. Circulan amigos. Estas sangres trazan cursos de amor y verdad. / Mayores y menores atienden a nombres propios de valor irrepetible. Basta la enumeración para que yo me conmueva: Irene, Steve, Teresa, Antó, Benedicte, Nils, Alan, Isabel, Patrick, Anita… Olmo soy con raigambre en ese jardín. (Extracto del poema “Aquellos árboles del señor Gray, hoy Jardines Grises”, de Y otros poemas) (Guillén 2008bGuillén, Jorge. 2008b. Aire nuestro: Homenaje. Y otros poemas. Final. Barcelona: Tusquets editores., 1103).
De nuevo insistirá en una carta de agosto de 1981, para que quede constancia de la unidad absoluta de biografía y escritura, en la importancia vital de la familia. En este caso, se centra en una parte de la familia: en sus hijos. Para ello, esta vez se va a servir de un verso. La potencia contenida de este verso, de su poema «Segunda carta urgente» (Y otros poemas), en su aparente sencillez, actúa como un mensaje directo y firme a los destinatarios, toda la familia, pero en especial a Teresa y a Claudio, a quienes se dirige de forma explícita, realzando la contundencia del contenido: «Ya conocéis el verso: “Hijos, Teresa, Claudio, me son siempre esenciales”».
En efecto, sin ellos, está perdido. Al ser «esenciales», si no estuvieran, entonces Guillén se vería privado de su esencia y, por tanto, abocado a la nada. Y esta sería propiamente su muerte. Por este motivo, la lejanía y la ausencia física de los suyos, le producen un hondo sentimiento de nostalgia: «¡Y qué nostalgia de vosotros!» (18 de octubre de 1981). Solo la carta, en momentos así, puede actuar como pharmakon, como remedio, como una suerte de medicina saludable, que venga a contrarrestar los efectos nocivos de la ausencia. De ahí que la recepción de una carta deseada de los suyos llegue a producir una alegría indescriptible. La vida resurge y las emociones se desbordan: «El último día llegó LA CARTA de Claudie. ¡Estupenda! Larga, alta, afectuosa, grandiosa… […] Claro: lloré de gusto, de alegría» (25 de agosto de 1960). En este caso, gráficamente, la presencia de las mayúsculas junto con la selección del artículo determinado para resaltar la singularidad y especificidad de esa carta, contribuyen a crear un efecto intensificador de un momento vital sublime.
Por supuesto, como la familia, en general, constituye para Guillén un eje central que fundamenta su vida, todo lo que esté relacionado con ella y, por ende, con cada uno de sus miembros, será objeto de muchas de estas cartas. En este sentido, es muy frecuente encontrar cartas en las que Guillén muestre su preocupación como padre de Teresa (y de Claudio). Así, en la carta del 27 de septiembre de 1961, siente temor por el estado de salud de su hija a causa de la intensidad de vida que llevaba: «Te cansas demasiado, hija, ese continuo ir y venir de la tierra al mar, del mar a la tierra» Siguiendo esta misma línea, tras el largo período de enfermedad de Stephen (Steve), pensando en los continuos desvelos de Teresa por su marido y el ritmo frenético de vida que le imponen las obligaciones y compromisos de este último, Guillén se atreve a darle algunos consejos:
Sigo –naturalmente– pensando en Steve, en vosotros, y preocupado, te lo confieso, no con la situación actual del enfermo sino con la vida futura del sano. Sois tan vitales, tan dinámicos, tan generosos vosotros mismos y de vuestro tiempo que os va a costar un largo sacrificio constante someteros a otro ritmo de vida, al único que conviene a Steve. Claro, las tentaciones serán innumerables, la disciplina es fastidiosa, el ahorro de energía llega a ser aburridísimo. Pero ¿qué hacer si han de evitarse esos incidentes y contratiempos? Tienes que convencer a Steve que se imponga un cambio radical de vida cotidiana, con menos trabajo y menos parties y menos excursiones… Y todo por su bien, por el tuyo, por el nuestro (25 de febrero de 1963).
Para Guillén está muy claro que todo lo que sea bueno para un miembro de la familia, redundará después en un bien para todos los demás. Hasta ese punto se manifiesta la unidad de la familia. Son todos eslabones de una misma cadena y si uno cae o sufre, todos los demás van a sufrir con él.
Ante todo, Guillén es padre, en primer lugar. De hecho, en alguna ocasión firma así «Guillén padre» (por ejemplo, en carta del 27 de marzo de 1962), porque son palabras que le definen en lo que es, en su identidad. Y si bien manifiesta su preocupación por sus hijos y todos los suyos, también, en sentido contrario, es muy frecuente que Guillén muestre su orgullo como padre (luego como abuelo y años más tarde, como bisabuelo). No son raras las cartas en las que se deshace en elogios y alabanzas. Es tal la admiración, respeto y veneración por su hija, la tiene en tan alta consideración, que todo lo que venga de ella adquiere unas dimensiones insospechadas para su vida, de forma que el camino para su felicidad va a consistir en tratar de asemejarse a la idea que ella se ha forjado de su padre:
Rica: ¡qué bien lo hemos pasado en vuestra casa, cómo nos has cuidado! Cuanto más discuto contigo –o tras discutir–, mejor me entiendo contigo: y conste que tenías razón en aquello. ¡Si precisamente eso es lo que me importa: ser digno de la idea que mi hija tiene de mí, pobre pecador, el más feliz de los padres habidos y por haber! (6 de enero de 1949).
La presencia del lenguaje afectivo en ese apelativo cariñoso con que se dirige a su hija, muestra el tono íntimo y de confianza necesarios para sacar a la luz las confidencias de su yo más profundo. Bien es cierto que los estudiosos de lo epistolar, como es el caso de Grassi (1994Grassi, Marie-Claire. 1994. L'art de la lettre au temps de La Nouvelle Héloïse et du Romantisme. Genève: Slatkine., 191) o de Saiz (2007Saiz, María del Pilar. 2007. Cartas íntimas de Antoine de Saint-Exupéry. Entre la soledad y el amor. Pamplona: EUNSA., 95-98), explican que precisamente el elogio del corresponsal es una de las formas en que se manifiesta lo que en la retórica epistolar se define como captatio benevolentiae. Es decir, que el autor de la carta utiliza los recursos necesarios para atraer la atención del destinatario y, con ello, su favor y su amistad. Pero, también es verdad, como ocurre aquí, que no se puede considerar sin más un topoi retórico propio del género, reducido a una mera característica formal de una estructura hueca, «vaciada de su sustancia de vida»22
Soy feliz, somos felicísimos, porque mi señora hija está aquí. Pero me remuerde casi esta felicidad, porque se desarrolla a expensas de la vuestra. […] ¿Qué deciros de la mami? Se ha comprado un vestido elegantísimo; y a mí me encanta presentarla y decir Mia figlia. A Irene la tiene deslumbrada y dice: “Teresa es extraordinaria”. ¡Y lo es, ya lo creo! (1 de noviembre de 1960).
Su orgullo como padre aflora, con el gozo consecuente, y vuelve a poner de manifiesto cómo esos lazos familiares dan sentido y constituyen el fundamento y la raíz de su vida.
Sin embargo, no conviene olvidar que en la jerarquía de las cosas que le importan, Guillén ha hecho mención expresa de los amigos, casi como si fueran un apéndice o extensión de la misma familia. En este epistolario el peso vital de los amigos también deja su impronta. Evidentemente, lo hará por vía temática, como parte del contenido de estas cartas. Cabe destacar que el peso de la amistad es una constante. No en vano se convierte en otro de los leit-motif que actúa como un estribillo, al igual que ocurre con el tema de la familia. Díez de Revenga, al analizar el libro Homenaje, realiza unas reflexiones muy acertadas que se pueden aplicar sin objeción alguna a este epistolario. Destaca ante todo de Guillén, su «entusiasmo ante los más queridos seres de la existencia del poeta: los libros, los amigos, y, en el «centro», el gran episodio del amor, colofón definitivo» (1993Dolfi, Laura. 2004. «Estudio preliminar. Jorge Guillén e Italia». En Cartas inéditas (1953-1983), de Jorge Guillén y Oreste Macrí, XV-CXLI. Valencia: Pretextos., 132). Se podría precisar más aún, ya que, en efecto, el centro de todo es el amor, como motor de la vida de Guillén y como motor de sus cartas. Y ese amor tiene distintas manifestaciones o expresiones: el amor por la familia, el amor por los amigos, el amor por la poesía. Su poema «En suma» viene a corroborarlo: «Escucho ahora / La armonía del ser que quiere y busca / La plenitud del ser con entereza, / El amor, la amistad, la paz del mundo» (2008bGuillén, Jorge. 2008b. Aire nuestro: Homenaje. Y otros poemas. Final. Barcelona: Tusquets editores., 1290). Ya se lo decía de manera tajante Guillén a su gran amigo Pedro Salinas, en una carta fechada el 30 de marzo de 1941: «Pues eso es lo que a mí, de veras, me conmueve y me importa: la “razón de amistad”, que yo pongo metafísica y poéticamente junto a la “razón de amor”» ((Salinas y Guillén 1992Salinas, Pedro, y Jorge Guillén. 1992. Correspondencia (1923-1951). Barcelona: Tusquets Editores., 258), como no podría ser de otra manera, ya que beben de la misma fuente. Y en estas cartas no podría actuar de manera distinta. Eso sí, dado que las cartas son dirigidas a Teresa y familia, no se van a encontrar expresiones directas de esa amistad, sino numerosas alusiones a amigos; unos amigos que están presentes de principio a fin y que no se pueden circunscribir a un único ámbito. Además, como el lapso temporal de este epistolario es muy amplio, y Guillén viajó mucho, en especial, por Europa y América, su círculo de amistades resulta muy extenso. Por encima de todo, por supuesto, destacan las amistades que provienen de su faceta como poeta y, por tanto, con otros poetas o con personas relacionadas con el mundo de la poesía, como editores. Pero también forjó grandes amistades entre el mundo académico, entre intelectuales del más amplio espectro, diplomáticos, personas del mundo de la cultura en general, o bien, tuvo amistades nacidas por vecindad o por otros múltiples motivos. Al mismo tiempo, era muy habitual que el poeta recibiera en su casa a muchas personas, o se citaba con ellas en distintos lugares. Esto último es precisamente aquello en lo que inciden las cartas: en los amigos que pasan por su casa o a los que ve cuando se reúne con ellos en sitios variados. Como este asunto es recurrente, basten algunos ejemplos, como forma de mostrar hasta qué punto los amigos constituyen parte esencial de su vida:
Fui a casa de los Casalduero (piso muy confortable y exquisitamente amueblado y ordenado). Estaban los Arroyos y López Rey. La conversación fue alegre y cordial. Cené en casa de don Fernando. Luego, con motivo de unas películas presentadas por los Catalá, vinieron varios españoles amigos (6 de enero de 1949).
Desde Italia le escribe a Teresa sobre su vida cotidiana allí, en la que la amistad ocupa un lugar destacado cada día. Por ser algo habitual, se limita a un comentario: «Respecto a la tertulia y los amigos del café, nada nuevo tengo que contar de esta vida verdaderamente cotidiana. Veo sobre todo a Macrí, a Luzi, a Bigongiari» (14 de diciembre de 1964). Y en Nerja, en una de sus estancias veraniegas, antes de trasladarse definitivamente, prosigue con la vida social lógica por los numerosos compromisos con amigos: «Seguimos yendo a casa de los Lorca. […] Todos los días almorzamos con los Brown, muy viejos amigos; él, más joven, más alegre. Y viviendo la vida española hasta las dos de la mañana…» (31 de julio de 1968). Algunas veces, al comprobar las relaciones de amistad mantenidas en el tiempo, no puede sino exclamar con honda emoción: «¡Qué fieles estos ya viejos amigos!» (31 de diciembre de 1952). Ahí radica para él la esencia del amor de la amistad: en la fidelidad en el tiempo; una fidelidad mutua, a prueba de distancias, de viajes, de separaciones, de lejanías, que busca las ocasiones de encuentro. La actitud vitalista de Guillén en este punto no conoce límites, lo que demuestra el gran valor y el enorme peso que implica para su existencia la presencia de los amigos, aunque sea desde la lejanía. Nunca dejará de emocionarse ante las constantes pruebas de amistad y reconocimiento por parte de los amigos: «Los amigos no pueden portarse mejor conmigo en todas partes» (8 de diciembre de 1951).
Ahora bien, esa emoción, alegría y hondo gozo que le procuran las amistades se trastoca en dolor profundo ante la pérdida del amigo por la muerte, que a él también le alcanza a través de sus consecuencias: la terrible soledad y la desolación. No hay consuelo posible. La amistad es luz para su vida; con la muerte aparecen las sombras y la oscuridad. No sorprende entonces que ante la muerte del «amigo perfecto», como así llamaba a Pedro Salinas, abra su alma a Teresa y al resto de la familia, profundamente abatido:
No quiero seguir adelante sin hablar del acontecimiento capitalísimo. Lo de Pedro ha sido atroz. ¡Qué rapidez: Ocho meses apenas! Imaginaos mi estado de espíritu. Se me va el primer amigo de toda mi vida, el compañero más próximo a mis trabajos, aquel hombre maravilloso. […] ¡Qué desolación! […] En suma: para mí se va reforzando, aumentando la soledad (8 de diciembre de 1951).
Solo la palabra poética permite adentrarnos en los rincones del alma rota de Guillén y solo la palabra poética, la poesía, en definitiva, posee la fuerza misteriosa que le hace revivir. En la esencia de las palabras permanece la esencia de su amigo y esa es toda una razón poderosa para volver a la vida, para existir:
Mis ojos se humedecen. / Vivo surge en la luz a quien sabemos / Sin luz cercano al mar / Que él tan amorosamente contemplara. // Y el muerto vivacísimo / Nos conduce a frontera / Sin consuelo, sin aire de consuelo, / Irrespirable al fin. // Murió el amigo-amigo para siempre, / Y muriendo con él sobrevivimos, / Él aún con nosotros. / Algo perenne dura. / Tierra junto al rumor de aquellas olas. / Late bien este hallazgo de palabras, / Sentid: Pedro Salinas (Guillén 2008bGuillén, Jorge. 2008b. Aire nuestro: Homenaje. Y otros poemas. Final. Barcelona: Tusquets editores., 211).
Evidentemente, no será el único amigo que muera. El dolor se reaviva y descontrola ante la muerte inesperada en accidente de tráfico de dos buenos amigos, como lo fueron Víctor Pradera y su mujer, Ana: «Pero hoy no estamos para bromas. El suceso terrible de Bélgica nos obsesiona. Me lo comunicó José por teléfono. […] Atroz, espantoso» (4 de agosto de 1968). Con el paso de los años, la muerte se convierte prácticamente en un tema más de la correspondencia. El número de amigos que van desapareciendo aumenta. La pena no conoce límites. El dolor permanece, pero mantiene un sentido vitalista de la existencia y, a pesar del dolor, el deseo de vivir se impone: «Murió Laura23
3.2. La poesía: segundo pilar esencial de la identidad de Guillén
⌅Para Guillén, esa vida no podría alcanzar plenitud sin la presencia constante de la poesía, aspecto este que subyace y alimenta todo su epistolario con Teresa. Sin embargo, aquí, la poesía tiene cabida de una manera distinta: a través de las alusiones explícitas a su actividad poética, pero tan solo como un elemento más de una enumeración de actos, eventos u ocupaciones que jalonan sus jornadas habitualmente. También, la poesía se manifiesta a través de las consecuencias de índole académico-profesional y social, derivadas de la práctica de esta actividad, lo cual se refleja en los anuncios y las referencias continuas a proyectos poéticos, proyectos editoriales, nuevas ediciones de poemas, éxitos editoriales, premios, reconocimientos, homenajes y un largo etcétera. Por último, la poesía se expresa en estas cartas a través de lo que se podría definir como el estado poético o proyección de una mirada poética sobre la realidad circundante.
Bien es cierto que, en ocasiones puntuales, la carta viene acompañada o incluye en su redacción, formando un todo, un poema, que dedica a alguno de sus hijos o nietos, con motivo de un cumpleaños, o de un pequeño suceso o una efeméride con significado especial para autor y destinatario de la misiva. En casos así, la carta se convierte en el vehículo de la poesía, en instrumento de transmisión. Por ejemplo, el 20 de julio de 1960, aparte de dar cuenta de su trabajo poético y de otras tantas actividades: «Trabajo diariamente –o casi– y tengo ya en poema lo que me contasteis sobre Anita: “La niña y la muerte”», escribe ese poema tras la despedida, como una posdata:
Todo ser irradia luz de vida, / Una vida animal / Llameante de espíritu / Espíritu invasor… que, de repente, / Descubre la gran sombra. // ¿Tan pronto se da cuenta / De verdad aquella alma tan minúscula? / Una obsesión de sombras se interpone / –Revolviéndose hostil– / Entre el mundo y la niña. // Respirando se alumbra el alma nueva, / Que un mundo inmenso para sí reúne, / Sin cesar más inmenso. / Y la niña clarísima respira, / Devora trasparencia mas entiende. // Un árbol. “Seco”, dice. / “No tendrá primavera. Moriremos. / Tú y yo. Nos moriremos todos. “¡Todos!” / Morir es un escándalo / Para la vida ingenua. // Y esa niñez, que de repente sabe.
La carta no es un laboratorio de escritura, ni pretende que sus poemas se conviertan en el tema principal de la correspondencia. El suceso que ha dado origen al poema forma parte de esa cotidianeidad de la vida que rezuman todas las cartas. Pero la impresión que esa anécdota de la vida de su nieta le ha causado es tan profunda, que solo la palabra poética es capaz de transmitir esa honda conmoción y, al mismo tiempo, de elevarla a un plano superior. No solo es un vehículo de la poesía, sino que, además, la carta entra en una dimensión universal.
Ahora bien, la inclusión de poemas es algo excepcional. Por el contrario, lo más corriente y así lo atestiguan la mayoría de las cartas de este epistolario, es el rápido comentario sobre el trabajo que está llevando a cabo, eso sí, sin entrar en los detalles de las composiciones poéticas ni tampoco en cuestiones técnicas relativas a la elaboración de las mismas. Estos aspectos apenas se dejan ver en estas cartas a Teresa, que, dicho sea de paso, sí son motivos temáticos y objeto de otras correspondencias, como, por citar un solo ejemplo, ocurre en la mantenida con Salinas hasta la muerte de este. La lectura cronológica de este epistolario familiar nos permite hacer un seguimiento de la propia obra poética de Guillén. Cántico, Clamor, Homenaje, Y otros poemas; y Final tienen su espacio en las cartas. Vemos a un Guillén afanado en su trabajo del que habla sin cesar. Asistimos a la elaboración, corrección, ampliación, edición y reediciones sucesivas de todos sus poemarios, de su gran obra Aire nuestro. De hecho, son muy pocas las cartas en que no hace mención expresa de ello. Guillén mantiene a su familia al día en lo que se refiere a su trabajo poético. Se podrían seleccionar casi al azar las cartas para ilustrar esta idea. Así, el 13 de marzo de 1949, anuncia con gran alegría a sus hijos el final de la primera versión de Cántico que, por otro lado, y como bien se sabe, será una obra que se prolongará durante años: «Hoy he puesto en limpio, en primera versión, el último poema nuevo de Cántico, ya estoy con ganas de echarme a correr a campo travieso, y empezar a escribir otras cosas. ¡Este verano!» Y escribirá otras cosas: Clamor. Refiriéndose a este poemario, tras llevar un tiempo trabajando en él, le dice a su hija, el 18 de mayo de 1954: «Acabo de contar las páginas con versos que tiene Clamor24
Al mismo tiempo, su dedicación a la poesía abarca muchos más aspectos, que compagina y simultánea con la creación de versos, y que le absorben gran parte de su tiempo. Una vez más, se puede afirmar que son excepcionales las cartas en que no haga mención de algún evento relacionado con las repercusiones de su obra. Es el caso de la gran cantidad de encuentros, reconocimientos y homenajes en su honor. Por ejemplo, el 9 de noviembre de 1951, muy conocido internacionalmente como el autor de Cántico, escribe a sus hijos y nietos para contarles la recepción en la Universidad de Roma: «Esta mañana hubo una recepción en mi honor –con vino y pastas– en la Facultad de Letras, Instituto de Filología Románica». Y queda admirado por la buena acogida por parte de jóvenes españoles partidarios del Régimen y tantas otras personas: «entre los españoles oficialmente del Régimen, me encontré con jóvenes apasionados de Cántico. En la comida de la FAO, Antonio y compañía, hubo también jóvenes admiradores». Su poesía no conoce fronteras ni límites de edad. Y los éxitos, a través de premios, se multiplican. Estando en Bogotá impartiendo unos cursos de literatura como invitado especial, tras unos días de rumores, le llega la confirmación de la noticia de la concesión del «Grand Prix International de Poésie», que ha recaído en él. Así lo relata: «La noticia estaba pues confirmada. Ya el lunes, la radio de París dijo que se me había otorgado el premio internacional de poesía en Bélgica: cien mil francos belgas. ¡Estupendo!» (15 de septiembre de 1961). Por lo que: «Habrá que ir a Bruselas a recibir el premio» (23 de septiembre de 1961). Otros premios son más modestos o no tienen tanta repercusión, pero para él, el cariño con que se lo conceden es lo que tiene mayor valor. De nuevo en Italia le sorprenden:
Al ir a desayunar, el periódico me dio una sorpresa. Yo buscaba las noticias de un proceso ruidoso. Y me encontré con ese “Premio San Luca”. Se trata, por lo visto, de una especie de academia de Los Doce Apóstoles. Cada apóstol representa una actividad en las Letras o en las Ciencias. ¡Nada más el honor! Es, pues, algo cariñoso y modesto. Estos italianos me tratan muy bien (27 de febrero de 1965).
En el otro lado de la balanza, no se puede pasar por alto la concesión de un premio reservado a unos pocos: el Cervantes, en concreto, del año 1976. A finales de septiembre ya deja rastro en las cartas de las posibilidades que tiene de que se le otorgue: «¿Qué pasará con el Premio Cervantes? En ABC se publicó un suelto muy favorable para Jorge Guillén», les escribe a los suyos el día 26. Habla de él mismo en tercera persona, como si tratara de tomar distancia, para no involucrarse emocionalmente, aunque en el fondo no puede ocultar un deseo latente de obtenerlo. Pocos días después le fue concedido. Ahora bien, no hay más huella de este premio, ni noticia de su concesión ni de las consecuencias inmediatas, hasta que unos meses después envía cartas a los suyos desde España. En efecto, cuando se le otorgó el premio estaba en Estados Unidos y la ausencia de cartas sobre esto, y en general, la ausencia de cartas a los suyos durante los últimos 3 meses de 1976 indica que, con toda probabilidad, se encontraba en compañía de su familia. Pero al trasladarse a España (pasa unos meses en Málaga antes de la ceremonia en Alcalá) para la recepción del Premio, sí escribe a los suyos contándoles cómo es la vida del premiado con sus contrastes negativos: «El teléfono suena constantemente. Periodistas. […] Mucho correo: telegramas, cartas, algún libro» (8 de enero de 1977). El 24 de enero aún no ha rebajado el ritmo: «Seguimos bien y cansados. El ajetreo de las entrevistas no ha concluido aún». La situación le sobrepasa: «teléfonos, entrevistas, peticiones de más entrevistas, noticias periodísticas “por doquiera”. Situación honrosa –e insoportable. ¡Qué repugnante exhibicionismo el de esta época!» (24 de enero de 1977, carta escrita por la tarde). No le repugna el premio en sí, sino el revuelo que se ha creado en torno a ello. Es precisamente esa exhibición lo que rechaza. De ahí que, unas semanas después, ya no vuelva a hacer más alusión a este premio en sus cartas a Teresa.
Sin embargo, aunque sigue recibiendo premios, reconocimientos y homenajes variados, hay un proyecto que se le presenta en los últimos años de su vida y que le ilusiona especialmente, por lo que implica para la posteridad. Eso sí, necesita el beneplácito y el compromiso de sus hijos:
¡Madurez tranquila! Por otra parte, además de otras visitas, vino Antonio Piedra, que está poseído de una actividad inagotable preparando todo el gran jaleo de Valladolid. Irene os explicará la parte práctica. Todo está ya preparadísimo. Se trata, entre otras cosas, de crear un “Centro de Estudios Jorge Guillén”: obra lenta –en la que yo no puedo disponer de todos mis papeles, que ante todo pertenecen a mis hijos. Y habrá que contar con ellos, y ser lo que ellos disponen porque mis papeles y mis “derechos” serán suyos (17 de octubre de 1982).
Es el legado que él quiere dejar: Que se conozca su poesía y se estudie desde las fuentes originales, razón por la que quiere contagiar a sus hijos, depositarios como herederos de todos los documentos de Guillén, la ilusión y el deseo de que esta empresa se lleve a cabo. Es consciente de que él ya no tiene fuerzas para ello: «Me canso muchísimo25
Por otra parte, en estas cartas, la poesía tiene cabida, ya no solo como la exposición de actividades y eventos que le mantienen ocupado durante cada jornada. La poesía se deja sentir en igual medida, por su particular manera de contemplar la realidad, que va proyectando en la escritura epistolar. Hay poesía porque Guillén vive en un estado poético, que tiene que ver con su actitud y esencia vital, con su forma de mirar. La poesía está en una aptitud para experimentar la emoción estética ante los seres que le rodean y los acontecimientos que vive. Se trata de un movimiento propio de su ser: su reconocimiento expreso de una identidad de poeta que no se circunscribe a un ámbito específico de su existencia, sino que lo abarca todo y lo envuelve todo. Ya no se trata solo de los rastros o huellas de su identidad en el nivel pragmático, aquí nos encontramos ante una realidad todavía más profunda, que se proyecta a lo largo de la redacción epistolar y no se circunscribe únicamente a una despedida. Es una identificación absoluta con una de sus cualidades esenciales. Así se dirige a su hija, dando una definición de sí mismo: «Yo, viejo Bardo» (25 de noviembre de 1952). Ya sea utilizado como sinónimo o como hiperómino de «poeta», en el sentido de que es un poeta que se ha movido por el mundo y que ha difundido su poesía por todo el orbe, al estar en aposición al pronombre personal, lo califica y, al mismo tiempo, manifiesta un rasgo esencial propio de él. Otras veces, asumiendo que «yo» es igual a «poeta», y es igual a «Jorge», porque son realidades que se identifican, no duda en presentarse directamente como poeta y añadir calificativos: «poeta famoso» (19 de agosto de 1962), así es como se presenta en una carta a su hija del 19 de agosto de 1962, con un fino toque humorístico. Su ser poeta es como si se hubiera fundido con su nombre propio, personal, intransferible, único.
Si esta es su realidad vital, si él es poeta, y, por consiguiente, su forma de mirar la vida solo se puede concebir en clave poética, entonces cualquier dimensión, cualquier actividad que emprenda se revestirá de poesía. Más aún, será poesía o «“vida extrema” poética» (Diaz de Castro 2003Diaz de Castro, Francisco. 2003. «Poesía y vida». En Nuestros Premios Cervantes. Jorge Guillén, editado por Francisco Diaz de Castro, 39-62. Valladolid: Universidad de Valladolid., 39). Vida y poesía se confunden, no se pueden deslindar, no hay forma de establecer los límites para diferenciar dónde termina una y empieza otra. En su artículo, «Poesía y vida», Diaz de Castro profundiza en esta cuestión de la unidad entre esas dos dimensiones y observándola desde la perspectiva de la creación poética explica que, al leer la obra de Jorge Guillén:
Asistimos a la construcción de la autobiografía sucesiva de un personaje poético que busca incansablemente estar ‘a la altura de las circunstancias’ y, a la vez, dar cuenta de un mundo íntimo, de su propia experiencia intelectual y sentimental, de sus esfuerzos por mantener a salvo en una realidad conflictiva su esencial afirmación de existente (2003Diaz de Castro, Francisco. 2003. «Poesía y vida». En Nuestros Premios Cervantes. Jorge Guillén, editado por Francisco Diaz de Castro, 39-62. Valladolid: Universidad de Valladolid., 40).
Si damos la vuelta al planteamiento y observamos lo que supone la escritura epistolar en Guillén, podemos llegar a la conclusión de que, en el esfuerzo por plasmar sus vivencias, su propia autobiografía, se va construyendo a la par, indisolublemente unido al yo autobiográfico, un yo poético en el que va integrado todo lo que constituye su realidad íntima y personal, que, sobre todo, busca afianzar «su esencial afirmación de existente», retomando la expresión de Diaz. En consecuencia, se puede decir con determinación que el espacio epistolar es el lugar en que se aúnan de manera magistral biografía y poesía.
La carta, en definitiva, se erige en un canto poético de la vida, en canto poético de la familia, por tanto, que es la que le da la vida, y como germen o núcleo de la familia, aparece en varias ocasiones el canto al matrimonio. Es muy elocuente, en este sentido, la carta que envía Guillén a su nieta Isabel, a punto de contraer matrimonio, elevando esta realidad a la de la poesía e identificándolas, en consecuencia:
¿Qué mayor aventura? Y muy difícil, por eso interesante. Por supuesto, hay muchos poemas que no son buenos y muchos matrimonios que fracasan. Eso ocurre en todas las actividades. Pero no es razón para no intentar la poesía, para no casarse. (Yo, modestamente he tenido fortuna) (8 de junio de 1970).
Esta identificación o incluso, fusión, se puede ver cuando dirigiéndose a Irene, en un momento concreto de una carta, lo hace con un verso: «Soy tu amor mismo» (22 de junio de 1979). Con su mirada poética sobre la realidad familiar, esta se convierte en «una especie de poesía» (14 de agosto de 1972). Poesía y vida, en fin, están profundamente imbricadas. Guillén, con el pacto de sinceridad o de verdad, ha dado muestras de un perfil evidente y definidor de su esencia en sus cartas a Teresa: es «poeta dentro de una coherencia humana» (Piedra 1989Piedra, Antonio. 1989. «Introducción». En Final, de Jorge Guillén, 7-56. Madrid: Castalia., 8).
4. A MODO DE CONCLUSIÓN
⌅Abordar el estudio de este epistolario inédito desde las propias características del género epistolar, nos permite descubrir y destacar algunos aspectos clave de la personalidad de Guillén, reveladores de su esencia. Desde el principio, Guillén suscribe y sella con Teresa un pacto epistolar que va revelando en el transcurso temporal de la correspondencia, un ethos discursivo en el que la cuestión identitaria prevalece. No solo deja huellas sobre sí a través de su nombre, de los sustitutos del nombre utilizados, o a través de la variedad en las fórmulas de despedida, sino también a través de las cláusulas particulares del pacto relativas a la frecuencia epistolar, a la extensión de las cartas y al propio contenido. El flujo de cartas debe ser constante a fin de crear una ilusión de presencia y, además, tiene que contarlo todo para que la distancia física no suponga un distanciamiento. Al llegar a este punto Guillén afina y concreta aún más el pacto que ya ha suscrito. Su pacto se convierte en un pacto de sinceridad o de verdad, fundamentado en la confianza entre su familia y él. No se conforma con cualquier cosa y se muestra muy exigente en este aspecto. Quiere decir la verdad, y vivir en la verdad, pero, además, transmitir la verdad sobre sí se convierte en algo esencial. Guillén es, ante todo, padre (abuelo y bisabuelo, posteriormente) y vive con intensidad, emoción y pasión su propia vida y la vida de los suyos. Pero es que, además, es poeta y no puede hacer compartimentos estancos. Es poeta y padre, padre y poeta, que vive profundamente y se extasía ante la vida, con todo lo que conlleva de alegrías, tristezas, preocupaciones, gozos, luces y sombras. Pero esto solo lo puede vivir con una dimensión poética, a través de su mirada poética, sublimando cada momento vital en la escritura epistolar, en simbiosis total con su obra en curso. Aquí radica su esencia, sus cualidades esenciales, su identidad narrativa. Podemos concluir afirmando que, gracias al pacto en estas cartas de Guillén a Teresa, contemplamos «Obra y vida al fin consumadas dentro de un decurso temporal» (Piedra 1989Piedra, Antonio. 1989. «Introducción». En Final, de Jorge Guillén, 7-56. Madrid: Castalia., 56) en la escritura epistolar.