Jesús Rodríguez Velasco dedica este libro a lo que denomina microliteraturas, un término de cuño propio con el que describe aquellas expresiones escritas que reaccionan de manera crítica a cuestiones relacionadas con la justicia social en sentido amplio, y que al hacerlo se oponen a estructuras de poder, modelos culturales y formas de actuar que han sido adquiridos como dicta la tradición, transmitidos en los textos y perpetuados en el tiempo. Los escritos microliterarios que selecciona son, en su mayor parte, obra de autores y autoras de la Edad Media y la temprana modernidad que escriben en lengua vernácula en la Castilla del siglo XV.
Aunque con frecuencia las nociones de espacio marginal y margen del texto convergen en el libro, el primer concepto excede los límites del segundo, pues incluye lugares, como bibliotecas privadas u otros espacios de lectura, en los que se produce un posicionamiento crítico frente a lo establecido. Algo similar sucede con los términos microliteratura y glosa, tal como los concibe Rodríguez Velasco. Si la glosa (en origen anotación marginal que establece los criterios de explicación del texto central, generalmente unida a él por un signo convencional de llamada), es lugar propicio para la escritura microliteraria, la microliteratura no se identifica exclusivamente con la glosa.
El libro consta de seis capítulos, precedidos de un prefacio y una introducción, y seguidos de epílogo, agradecimientos y bibliografía. Los dos primeros plantean la tesis principal—los autores microliterarios entienden el funcionamiento de la página glosada, aprovechan toda la potencialidad que esta ofrece y adaptan ese formato, que se gesta en los círculos de estudio del derecho y la Escritura, a escritos no académicos pertenecientes al ámbito del vernáculo. Los restantes capítulos presentan casos concretos de esa adaptación.
Tras esbozar la compleja transmisión manuscrita e impresa de las Siete Partidas de Alfonso X, el capítulo tres, llama la atención sobre la edición que el jurista y miembro del Consejo de Indias Gregorio López publicó en 1555. En ella el texto de las Partidas se acompaña de un aparato de glosas que introduce líneas de discusión del derecho y la teología. El capítulo analiza una de ellas, particularmente extensa, en la que el glosador emite una opinión jurídica sobre la conquista de América, y en la que recoge debates contemporáneos en torno al tema. Sin negar el texto central, ese escrito marginal le da una nueva autoridad al mismo y, al hacerlo, lo transforma.
Si las glosas de Gregorio López actúan sobre el texto central desde una posición oficial o de privilegio, según Rodríguez Velasco, otras lo hacen desde una posición de resistencia al sistema de poder, sin dejar por ello de participar en él. El capítulo cuatro ilustra esa actuación, que el autor denomina «activismo», con escritos microliterarios en los que dos intelectuales de origen converso, Diego de Valera y Pero Díaz de Toledo, dan testimonio de una circunstancia política (que pone de manifiesto el autoritarismo reinante) a la vez que la combaten con posturas moderadas y de conciliación. En su Tratado en defensa de las virtuosas mujeres, por ejemplo, Valera recupera voces de mujeres que habían sido históricamente silenciadas y las incorpora a la historiografía, oponiéndose de ese modo a la primacía masculina dominante. De manera similar, en el Espejo de verdadera nobleza, defiende que lo importante no es la nobleza heredada, sino el proceso por el cual el plebeyo se convierte en noble.
El capítulo cinco explora la construcción del sujeto, tomando como caso de estudio a Pedro de Avís, que reúne en sus obras, en las que también se autoglosa, materiales de distintas procedencias y los dispone en varias capas. Al actuar de ese modo sobre la página, hace que códigos culturales que se habían ido formando a lo largo de la historia actúen de forma sincronizada y simultánea sobre el sujeto que escribe y le permitan proyectar un futuro distinto. Así ocurre, por ejemplo, en la obra de ficción sentimental Sátira de infelice e felice vida. Las 104 glosas que la acompañan, concebidas a modo de los 100 ojos de Argos, vigilan el texto de la Sátira en el que se relata la vida del yo, e imponen sus reglas hermenéuticas, impidiendo otras posibles interpretaciones.
El capítulo seis plantea el modo en que algunas glosas del siglo XV hacen descender la filosofía de elevados círculos académicos a un espacio distinto, conectado a las preocupaciones civiles y éticas de las ciudades, espacio que es dominio de la lengua vernácula. Los personajes escogidos en este caso son Teresa de Cartagena y Christine de Pizan, autoras que, se nos dice, someten a crítica en sus escritos el conocimiento recibido y las fuentes tradicionales del mismo. Teresa, también de familia conversa, tiene formación superior, conoce bien los argumentos de la moral cristiana, transmite en lengua vernácula saberes que pertenecen al ámbito de lo teológico, y todo ello lo hace como mujer. Propicia que la filosofía descienda a la ciudad en cuanto que aspira a construir una sociedad civil que dé cabida a nuevas voces y discursos, una sociedad que pueda estar gobernada de una manera distinta.
Rodríguez Velasco concibe y presenta estos seis capítulos como hiperglosas, y en efecto, el compromiso con la sociedad civil, la forma de oponer resistencia a las instituciones (incluidas las académicas), y la particular construcción del sujeto que escribe, que se percibe en ellos, tienen mucho de microliterario. Mención especial merecen las notas a pie de página. De la especificidad de la nota al pie ya dio cuenta, entre otros, Anthony Grafton en un libro, Footnote (1999, Cambridge, MA: Harvard University Press,), en el que revisa la historia de este recurso escrito y de él se sirvió el cineasta israelí Joseph Cedar en una película con idéntico título (hebreo, He‘arat šulayim, 2011), para ofrecer un ácido y a veces desolador retrato de la vida académica. En las notas a pie de página de Microliteraturas encuentran su lugar la ocasional subsanación de errores previos, la aclaración breve y pertinente, la ironía, el sentido del humor, la experiencia personal, y la invitación a la lectura.
No es la primera vez que el autor se ocupa del tema. En «La biblioteca y los márgenes. Ensayo teórico sobre la glosa en los manuscritos del ámbito cortesano cuatrocentista», eHumanista 1 (2001, 119-34), había valorado la relación entre texto central y glosa, y reflexionado sobre la posición del glosador, aspectos que matiza y desarrolla en los dos primeros capítulos de este libro. En «La producción del margen», La Corónica 39, 1 (2010, 249-72), exploraba el valor cognitivo del margen y la importancia de la materialidad en la adquisición del conocimiento, proponiendo algunos estudios de caso que retoma en Microliteraturas. En Plebeyos márgenes: Ficción, industria del derecho y ciencia literaria (siglos XIII-XIV) (2011, Salamanca: Semyr,), introducía la noción de microliteratura al describir como tal la ficción legal (caso práctico ficticio que se incluye en los márgenes de las obras jurídicas), cuya función analizaba dentro y fuera del discurso del derecho.
He llegado a Microliteraturas desde una tradición, la producida en hebreo (y en menor medida en romance) por intelectuales judíos de los reinos hispanos tardomedievales, una tradición que discurre en paralelo a aquella que constituye el objeto de este libro, y todo en él me interpela. Estudiosos de otros campos en el ámbito de las humanidades medievales y modernas se sentirán igualmente concernidos al leerlo. No es un libro introductorio, ni de lectura fácil, pero es de sumo interés, por cuanto el autor nos lleva a plantear preguntas muy relevantes sobre las fuentes con las que trabajamos y porque hace ver que hay más de una manera de escribir. La suya no responde a algunos modos académicos establecidos y eso hace que, también en ese sentido, el libro resulte inspirador.