En el prólogo a la edición de 1997, Manuel Vicent cifraba en Contra Paraíso la sustancia y el fundamento de su trayectoria: «Creo que en este libro está en esencia todo el material que a lo largo de los años me ha nutrido espiritual y literariamente. También anida en él lo fundamental de mi estética» (227). En 2014, con las mismas palabras, reafirmaría esta creencia en su discurso de recepción del Doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional de La Plata, titulado «Travesía literaria», en que ofició de anfitriona Raquel Macciuci, catedrática de literatura española moderna y contemporánea de esa universidad argentina, especialista en la obra vicentina, y responsable ahora de la edición crítica de Contra Paraíso, primer título de la serie de libros autoficcionales de Vicent, dedicado a la representación de su infancia en La Vilavella.
Llega Contra Paraíso a esta última edición tras otra travesía, editorial, iniciada con su publicación por entregas, entre 1991 y 1992 en la revista El Temps, traducida al catalán por Miquel Alberola con el título de Plaques de la memòria e ilustrada por Andreu Alfaro. Desde entonces, Contra Paraíso presenta una tradición impresa en la que se advierten recurrencias con respecto a la materialidad de los textos de Vicent que, a su vez, son inescindibles de su poética particular: los trasvases de la prensa al libro, la relación de la letra con la imagen, y el contacto entre el valenciano y el castellano.
Resulta, por tanto, sumamente oportuna la «mínima presentación» con que se abre, a su vez, la nutrida introducción de Raquel Macciuci a su edición de Contra Paraíso, en la que recorre las diferentes estaciones de su «atípico» itinerario editorial en soporte libro. Este recorrido no es meramente compendioso o erudito, sino que resulta funcional al análisis de un texto indivisible de su soporte, y emerge en otras zonas de la edición crítica como, por ejemplo, en el análisis del estatuto genérico de Contra Paraíso, entre la autoficción y la novela de aprendizaje, en que el trato directo con los diversos paratextos permite constatar que «desde la primera edición en libro las editoriales instalan la ambigüedad del género literario en que se inscribe la obra» (119).
El cotejo de todas las ediciones se vuelca en uno de los aparatos de notas al pie de la presente, destinado al registro de variantes, el cual no se limita a la fijación del texto, sino que incumbe, además, a la lectura de los matices semánticos puestos en juego por un autor atento a las sutilezas del lenguaje como Vicent, y a la comprensión de la diglosia que caracteriza a la geografía cultural representada en la obra, factores sopesados por la crítica para la elección de la variante adecuada. En un sentido más amplio, la reconstrucción de la tradición impresa de Contra Paraíso da cuenta del estado de la cuestión en que interviene efectivamente esta nueva edición de un libro que «pese a las reiteradas ponderaciones de lectores y expertos, carece de los estudios específicos que su importancia y calidad ameritan» (14).
Las más de doscientas páginas del estudio introductorio saldan con creces esa deuda crítica y se reparten en dos grandes bloques: el primero, enfocado en la figura y la obra de Manuel Vicent; y el segundo, más específicamente abocado al examen del libro autoficcional. El movimiento de la lectura crítica, sin embargo, no es unidireccional, ya que un bloque reenvía al otro y viceversa, tal como sucede, por ejemplo, con el análisis de las escenas de lectura de Contra Paraíso, que «adquiere[n] especial carga alegórica para el proyecto creador» y «la construcción de una imagen de autor heterodoxo y desacralizado» por parte de Vicent (131). Esta íntima relación se condensa en una afortunada asociación propuesta por Macciuci: «el símil entre la tendencia a brillar y a eclipsarse de Contra Paraíso y la elíptica órbita de la andadura de su autor» (15).
En consonancia con el símil, el primer bloque del estudio introductorio se encarga de seguir minuciosamente la trayectoria biográfica y literaria de Manuel Vicent, en la que fue componiendo su imagen de escritor «excéntrico», «indócil», «esquivo» a las convenciones de la institución literaria y el canon, la cual, sin embargo, le permitió ganar adeptos entre expertos y público en general, en combinación con la progresiva construcción de una poética singular, cuyo análisis cierra el primer bloque del estudio introductorio para eslabonarlo con el siguiente. Con una familiaridad construida en años de lecturas y relecturas, Macciuci enhebra los variados textos en que se encarna la escritura vicentina, a la que encierra en acertada síntesis: «una poética de sensaciones y contrastes». Si el primero de los términos responde a la prodigiosa capacidad de construir imágenes que sumergen al lector en aromas, texturas y sabores, el segundo se despliega en pares de opuestos a los que apelan los comentarios críticos para referirse a la figura y la obra de Vicent y que dan forma a una «estética del oxímoron», expresión acuñada por la propia especialista a mediados de la década del noventa del pasado siglo.
El segundo gran bloque del estudio introductorio se enfoca más específicamente en Contra Paraíso, cuyos entornos son cartografiados física y culturalmente, en una entrada imprescindible para la cabal compresión de significativos detalles insoslayables en el desarrollo de la trama, desde la frase inicial: «Antes de llegar al uso de razón yo era un especialista en bombas» (229). Inseparable de aquella, la otra dimensión en que se enfoca el análisis es el tiempo en sus diversas inflexiones y complejos cruces: la historia y la Guerra Civil, el calendario litúrgico y las festividades, las costumbres familiares y los juegos, los ciclos de la naturaleza, de los astros y de los cultivos.
Por fuera del estudio introductorio, el análisis crítico textual de Macciuci se prodiga en tan numerosas como pertinentes notas al pie del texto de Contra Paraíso, que iluminan detalles de diversa índole: aspectos del contexto cultural, referencias bibliográficas populares o cultas, interpretaciones de escenas o episodios, decisiones editoriales, motivos e imágenes recurrentes en Vicent, entre otros; y tienden conexiones con otras zonas de su producción volcada en libros y, sobre todo, en colaboraciones en la prensa periódica. Asimismo, al pie de la página se suma el propio Manuel Vicent con sus contadas, pero certeras aportaciones, poniéndose en letra impresa un excepcional diálogo entre el escritor y la crítica.
En su complejo entramado paratextual, esta edición crítica de Contra Paraíso comprende la obra en toda su complejidad y la devuelve a un lugar capital dentro de la producción de Vicent. Sin embargo, la edición no se propone clausurar las lecturas en torno a ellos. Por un lado, apunta nuevos corpora para el asedio crítico de la producción vicentina, como la serie de títulos en torno a figuras del pasado, entre la novela histórica y la biografía (38), o los prólogos a libros de arte y catálogos de exposiciones (39). Por otro lado, indica nuevas vías de indagación en Contra Paraíso, como el diálogo entre palabra e imagen en sus ediciones ilustradas (95), o la sugerente propuesta de leer l libro como «memoria sensorial» (192), en el «Final abierto» de la introducción.
La edición crítica de Raquel Macciuci es un punto de partida, pero también uno de llegada, luego de un largo recorrido por la producción literaria de Manuel Vicent que se remonta a la última década del siglo pasado, cuando, precisamente, Contra Paraíso salía a la luz. El estudio y las notas dan cuenta de esa travesía crítica emprendida por la editora, no solo en virtud de un saber especialista alimentado a lo largo de los años, sino por la construcción de un conocimiento situado, cuyas coordenadas específicas se pueden advertir en ciertas alusiones y referencias, bibliográficas y académicas. Cabe destacar, además, que esta edición de Contra Paraíso representa la entrada de Manuel Vicent al catálogo de Letras Hispánicas de Cátedra, una de las colecciones más prestigiosas y canónicas de la literatura española, con volúmenes generalmente a cargo de investigadores peninsulares. En más de un sentido, entonces, este libro es también un episodio atípico, felizmente atípico, del itinerario editorial vincentino.